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El Estado español corre a darle la razón a Otegi

Apenas habían transcurrido unas horas del masivo acto del BEC cuando la dirección de la cárcel de Logroño anunció la apertura de un expediente disciplinario contra Arnaldo Otegi. La amenaza no tardó en cumplirse, y ayer le fueron prohibidas todas las comunicaciones. Al portavoz preso de la izquierda abertzale, uno de los principales arquitectos del proceso que está conduciendo a este país a un escenario de paz y soluciones democráticas, le han cortado las visitas, las comunicaciones telefónicas y la correspondencia. Y así, pretendiendo quizá dar una imagen de dureza, los mandatarios españoles no han hecho sino confirmar que todo lo que se dijo en Barakaldo es cierto. Y lo han hecho deprisa y corriendo, como queriendo mostrar a los independentistas que salieron emocionados del Bizkaia Arena que, efectivamente, están en lo cierto, no hay más opción que irse de un Estado en proceso de descomposición.

Porque una respuesta tan básica, tan políticamente pueril y descaradamente vengativa, solo puede entenderse desde la debilidad. Madrid ha dejado claro, una vez más, que es la palabra, son los argumentos, los que le hacen daño. No le gusta que le muestren tal como es, que le digan que su tiempo ha pasado, que el Estado español, tal como lo conocemos, tiene sus días contados. Por eso castiga a las voces que se lo recuerdan, por eso intenta silenciarlas sin caer en la cuenta de que no hace sino amplificarlas. Han incomunicado a Otegi, pero ahora cada una de sus palabras tendrá un eco mayor, en Euskal Herria y más allá de nuestras fronteras.

Resulta sorprendente la torpeza con la que la clase política española, tanto la que gobierna ahora como la que lo ha hecho hasta el año pasado, está afrontando la nueva realidad política y social que emerge en Euskal Herria. Lo mismo le sucede en Catalunya. Incapaz de atender a la demanda de la ciudadanía vasca y catalana, ha emprendido una huida hacia adelante, concretamente, hacia el precipicio. Cada vez hay más gente que aspira a romper amarras con un estado que solo sabe comunicarse a través de la amenaza y la imposición.

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