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«Hablan los ojos», el pasado distancia pero el futuro une
El documental de Espiau remite a la experiencia de Glencree y demuestra que es posible avanzar hacia la convivencia y la reconciliación si hay voluntad y se busca un futuro mejor para todos
Ramón SOLA
El Palacio de Aiete acogerá hoy a las 19.00 la presentación de ``Hablan los ojos'', el segundo documental de Gorka Espiau tras ``Lluvia seca''. Un trabajo en el que Aiete es también escenario omnipresente, como telón de fondo de los bertsos de Jon Sarasua y las reflexiones del profesor Pierre Hazan, miembro del GIC. Y es que sin Aiete este documento no hubiera sido posible: meses después de la cumbre, Espaiau ha reunido a víctimas de los dos bandos y otras personas significativas de diferentes ideologías para cruzar impresiones ante una cámara sobre aspectos como la decisión de ETA, la violencia del Estado, la reconciliación, los presos, el perdón... y el futuro.
En los 50 minutos de cinta se habla mucho de pasado, de un pasado muy doloroso. Se hace a cara y a pecho descubierto, sin pretensión alguna de edulcorar una historia de tanto sufrimiento ni de minimizar las divergencias políticas de fondo. No resulta cómodo, por ejemplo, el «careo» entre Joxean Agirre, exmilitante de ETA y preso durante 18 años, y Margarita Robles, ahora vocal del Poder Judicial y antes secretaria de Estado de Interior. Resulta evidente la discrepancia a la hora de entender el pasado. Pero más conexión aparece a la hora de construir un futuro de convivencia. El documental se cierra con un apretón de manos entre Agirre y Javier Asla, tío de Fabio Moreno, niño de dos años muerto en un atentado de ETA en 1991. Agirre le había explicado que él lógicamente enseñará a su hijo quién es su aita y cómo ha sido su vida, «pero también quiero que sepa quién era Fabio».
Asla cruza su historia trágica con la de Tamara Muruetagoiena, cuyo padre falleció a causa de la tortura en 1981. Sus testimonios se intercalan a su vez con los de Rosa Rodero -viuda del ertzaina Montxo Doral, muerto a manos de ETA en 1996- y los de Jon Mirena Landa -que fue director de Derechos Humanos de Lakua-. Aparecen coincidencias en aspectos como la necesidad de conocer toda la verdad de lo ocurrido y de leer la página («las páginas», matiza Joxean Agirre). También en que hay que afrontar la cuestión de los presos para avanzar hacia la resolución. Y Margarita Robles admite que «no me parece mala solución que al final haya una ley, no sabría cómo llamarla», para cerrar todo esto.
En resumen, un ejercicio de empatía que remite a la constructiva experiencia de Glencree, mantenida durante años en silencio por víctimas de los dos lados, y que demuestra que la convivencia primero y la reconciliación después están más cerca de lo que parece cuando hay voluntad para ello y cuando se busca un futuro mejor para todos.