Traigo a estas páginas a un personaje que ha destacado, y de qué manera, en el campo de la música desde los tiempos del franquismo hasta hace dos o tres años, cuando se retiró de los escenarios. Lluís Llach no ha dejado de combatir por la libertad, con sus canciones… alguna de las cuales se llegó a convertir en obligado himno del antifascismo coherente (me refiero, muy en concreto, a “L’estaca”), y no seguiré nombrando maravillas, verdaderas sinfonías, como “Campanades a mort” o el “Viatge a Ítaca”…

Pues bien, a principios de este año el genuino representante de la canço inauguró su carrera como escritor de novelas. En febrero di cuenta, en estas mismas páginas, de la publicación de «Memòria d'uns ullls pintats», libro que ahora ha sido traducido al castellano.

Frente a la combatividad del cantante Lluís Llach, la del novelista Llach no le va a la zaga. El escritor nos sitúa en la Barcelona de la primera mitad del siglo pasado. Tales son las coordenadas en las que se desarrolla la historia que nos es narrada con una sencillez y un estilo directo que huye de los inútiles adornos para conducirnos irremediablemente al quid de la cuestión, al mismo tiempo que una honda sensibilidad empapa las páginas. La novela se mueve en medio de una historia de amor cuyo escenario es la revuelta; tales son los ingredientes esenciales, la materia prima, de esta primera novela del maestro de la canço.

En esta ocasión, su labor, de horas y días, se ha volcado, en su mesa de trabajo de su natal Vergés, en la escritura de esta novela que curiosamente consta de veintiséis grabaciones, como si de un disco se tratara.

De la mano de cuatro amigos (dos mujeres y dos hombres) nacidos en un barrio obrero de la Ciudad Condal allá por los años veinte la narración nos pasea por los más significativos rincones de Barcelona -muy en especial por la Barceloneta- y también a lo largo de los años que van desde su juventud hasta los duros tiempos de después de la guerra desatada por los cruzados encabezados por el enano de El Ferrol.

Todos ellos, crecidos en un ambiente libertario, vivieron con entusiasmo esperanzado la proclamación de la República como una bocanada de aire fresco, mas luego, a no mucho tardar, las cosas se torcieron, o mejor las torcieron los indómitos fascistas, los enemigos de la libertad. Dichos acontecimientos van a influir hondamente en la vida de los cuatro amigos, como en la de todos los habitantes del país que se vieron pisoteados por la bota opresora de las huestes franquistas. Si la posguerra resultó puro sufrimiento para la población en general, más lo fue, si cabe, para quienes se salían de las normas, en cualquiera de los órdenes de la rígida y timorata reglamentación del nacional-catolicismo. Por supuesto, y muy en especial, en lo referente a los hábitos afectivos y deseantes^. Así los dos muchachos amigos, Germinal y David, van a sufrir (también disfrutar, claro) por su amor, discordante con las rígidas prescripciones de los vencedores de la contienda guerrera que había impuesto un orden férreo en todos los terrenos de la actividad humana: política, religiosa, moral, y a quien se saliese de las prietas filas se le aplicaba la «ley de peligrosidad social» y sanseacabó.

El primero de los nombrados, pasados los años, entabla una relación con un director de cine que andaba buscando tema para una película, y... aquí tenemos las cintas de una vida, de muchas vidas raspadas por la brutalidad fascista.

El recorrido resulta clarificador en la medida que permite mostrar un panorama cambiante con el nexo de unión de la amistad, del amor, de la combatividad de una generación dispuesta a luchar. Todo ello presentado con un ritmo que no nos deja tiempo para el reposo ni para el respiro, en un ambiente que se va cargando y haciendo irrespirable para los amantes de la libertad.

Tras la lectura me permito tomar, invirtiendo, las palabras del propio autor y decir: «Es això, amic meu!».