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Reflexiones para un momento de cambio que requiere ilusión, acuerdos de país y liderazgo

Pocas cosas hay más absurdas en una campaña electoral que el denominado «día de reflexión» y, sin embargo, pocas cosas son en este momento más necesarias que la reflexión. Más allá de las elecciones de mañana, sin por ello rebajar su relevancia, para Euskal Herria el momento es realmente histórico. Lo que está en juego no es solo el reparto de poder institucional de la próxima legislatura en el Parlamento de Gasteiz, sino el diseño, la negociación y el desarrollo de un nuevo ciclo político que, por definición, durará varias décadas y marcará a más de una generación de vascos. Ese cambio de ciclo ya está en marcha, se abrió hace más de un año y se da en un convulso escenario global en el que la crisis del capitalismo obliga a repensar todo, también a los políticos que han sostenido este sistema y tienen una responsabilidad ineludible en esta crisis. Es necesario un cambio de mentalidad y de práctica, algo que solo puede ser fruto de la autocrítica. Existen alternativas; la ciudadanía vasca y sus representantes políticos deben construir ahora la suya propia. Y para hacer acuerdos de país, algo en lo que coinciden tres de las cuatro corrientes políticas vascas de fondo, no se puede vetar a nadie y nadie debería autoexcluirse. Hace falta liderazgo, a poder ser compartido.

Por eso es tan importante el momento, por eso son tan importantes estos comicios. La dimensión y la profundidad del cambio dependerá de las tendencias y la relación de fuerzas que se vayan conformando en días como hoy.

Muchos compromisos en una misma dirección

A un año de la histórica declaración de ETA, y en contra de lo que algunos podrían pensar, si algo ha quedado claro es que el momento exige más compromiso por parte de quienes buscan, cada cual desde su perspectiva pero con un mínimo de honestidad, lo mejor para el país y para sus habitantes. Pero no solo desde la política. Requiere que ese compromiso tenga más y mayores afluentes, que más personas participen de él y que se nutra de objetivos y esfuerzos distintos pero enfocados en una misma dirección: construir una sociedad más justa y más libre, que responda a las necesidades de sus ciudadanos y, cómo no, a su voluntad. Sin subordinaciones, en pie de igualdad. Son cuestiones democráticas básicas: un ciudadano un voto; frentismo no, pero juego de mayorías sí; el diálogo como mecanismo fundamental para la resolución de conflictos; la responsabilidad de los representantes -políticos, sociales...- de llegar a acuerdos, asociada a la necesidad de refrendar socialmente lo acordado... Cuestiones que, sin embargo, han sido distorsionadas hasta la caricatura durante los últimos años del ciclo que se está cerrando ahora.

A menudo los vascos se han quejado de que su imagen en el exterior estaba condicionada por el cliché de la violencia. Pero no es menos cierto que, más allá de tópicos, este país tiene ratios por encima de los de su entorno en temas clave para el desarrollo humano y social. Euskal Herria tiene índices altos en temas como cooperativismo, lucha sindical, voluntariado, donaciones, reciclaje, participación, militancia política, lectura y opinión pública... No obstante, el reparto de la riqueza, la reinversión, la igualdad y la equidad... están muy lejos de ser modélicos. Ser «cabeza de ratón» no debería consolar a nadie, menos aún a los políticos. Las potencialidades de la sociedad vasca han estado inhibidas, en unos casos por la imposición, en otros por la autolimitación y en otras por la inercia.

Otra clase (de) política, que no defraude

Dar soluciones a la crisis y dar soluciones a las demandas democráticas de los vascos son las prioridades de este momento. No solo no son compartimentos estancos, no solo no son labores incompatibles, sino que las dos cuestiones van de la mano. Cada agente social y político puede tener sus prioridades, pero no hay lugar para dos agendas. Ambas cuestiones requieren poner a las personas, a la ciudadanía, en el centro de la actividad política: sus votos, sus derechos, sus intereses, sus situaciones, sus necesidades, sus proyectos... Eso es lo que deben interpretar y canalizar las fuerzas políticas vascas. Si no son capaces de hacerlo, cabe pedirles que al menos no las secuestren.

La «normalidad» ha sido la tónica de la campaña electoral. Así ha sido porque así lo han decidido las estructuras políticas, por el cálculo de sus intereses. Es legítimo y, quizás, hasta sea positivo. Pero este país necesita ilusión y necesita mandatarios que logren, a través de su liderazgo, de su capacidad para llegar a acuerdos entre todos y para todos, implicar a la sociedad vasca en un reto de carácter casi refundacional.

En este sentido, las aspiraciones de quienes defienden el derecho al desarrollo de la nación vasca y de sus ciudadanos en clave de libertad y de justicia social, se juegan ahora tanto o más que en un futuro plebiscito. En este ciclo se vertebrará la nación vasca en todos sus territorios y entre todos sus habitantes. Si se trabaja bien, la relación de fuerzas puede decantarse de su lado. Ese futuro se escribe día a día, empezando por hoy mismo.

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