GARA > Idatzia > Kirolak> Desde la grada

Joseba VIVANCO

Un reino de lealtad humana

p038_f01_97x128.jpg

 

El marxista italiano Antonio Gramsci elogió al fútbol definiéndolo como «este reino de la lealtad humana ejercida al aire libre». El jueves, primero sus aledaños, luego la grada del vetusto San Mamés parecían de todo menos ese reino. Flojísima entrada en La Catedral, con menos de 25.000 espectadores confirmados por el propio club, para presenciar un partido a vida o muerte para su equipo. La crisis, el precio de las entradas, televisado en abierto, la hora y que este equipo, ahora mismo, no irradia la más mínima confianza. Lo adivinó Marcelo Bielsa en la previa, que este equipo no está para pedir sino para ofrecer. Y razón no le faltaba. Salvando el incondicional apoyo de las gargantas de Herri Norte, hasta que no ofreció, hasta que sus jugadores fueron leones, hasta que Herrera no atinó con el primero y Aduriz con el segundo, quienes acudieron al estadio no se metieron en el partido, no enarbolaron bufandas, no corearon el «Jo ta ke» de turno, no presionaron al árbitro, no la tomaron con los franceses... San Mamés calló, luego otorgó.

San Mamés, o lo que había de él, asistió a la primera parte del partido como quien va al cine, esperando al final para aplaudir o patalear dependiendo de la película. Y aplaudió, es verdad, en el segundo acto, y hasta silbó. Pero lo peor de la nueva decepción europea no fue el resultado, sino que la paciencia de la afición tiene un límite. Que esta situación ya cansa. Que ya vale de poner la mejilla en cada partido. Y que como hasta el técnico argentino reconoció después, «cuando a lo largo de una temporada se reiteran estas situaciones, el enfoque tiene que ser mucho menos generoso con la situación que se reitera».

Peor aún es que cada cual apunta a un cabeza de turco, y mientras unos la toman con Iraizoz, otros con Iturraspe o si no con Iraola, o con Muniain, o con Gurpegi. Demasiado simplista. Como escribió una vez el exfutbolista argentino Fernando Redondo sobre los periodistas deportivos, «alguien que juzga sin hacer, que no corre, no suda, no siente cansancio o dolor, no escucha los silbidos del público ni los saludos afectuosos a su puta madre pero que, concluido el partido, con una tacita de té de tilo a mano y el aire acondicionado encendido, dice todo aquello que debió haberse hecho y no se hizo y todo aquello que se debería hacer para corregirlo». Y hablamos de quienes, como una vez les reprochó Maradona cuando envió una pelota hacia donde estaban los periodistas, en un entrenamiento, y uno de ellos se la devolvió con la mano, «¡cómo van a hablar de fútbol estos tipos si la agarran con las manos! ¡Por Dios!».

Pero nadie, ni siquiera parece que Bielsa, da con la tecla que de verdad está lastrando al equipo. Si lo que falla en este conjunto se limitara a cambiar de portero o a que Aduriz y Llorente jugaran juntos, hasta Bielsa lo habría hecho ya. Pero no parece que los tiros vayan por ahí. Es más, cada vez estoy más convencido de que ni ellos mismos saben por qué les está pasando, ni que lo vayan a saber.

Lo de que el fútbol es así debiera estar escrito en las mismísimas tablas de Moisés. Porque quién sabe si, de repente, un domingo cualquiera, ante el Sevilla o en el Bernabéu, este Athletic se quite de golpe todo ese lastre y revierta la situación, empiece a marcar goles, deje de encajarlos y juegue como los ángeles. Y diremos como Mourinho, ¿por qué? Pues hasta entonces, hasta que eso suceda, espero más pronto que tarde, y asumiendo que este Athletic ahora mismo es una ganga para cualquier rival, prefiero sostener la fe, la que reflejaba un `tweet' que, al terminar la primera parte del partido, con 0-2, escribía la hermana de un buen amigo athleticzale hasta el tuétano, Unai, de apenas once años. «Que mi hermno este llorando y q diga: Yo tngo confianza en mi Athletic».

Esa es la incorruptible afición del Athletic, un reino de la lealtad humana. Y es en los malos momentos donde la amistad, la lealtad, se demuestra.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo