Los datos sobre las subvenciones percibidas por los sindicatos CCOO y UGT y la patronal Confebask por participar en foros como la Mesa de Di�logo Social o en el consejo de administraci�n de Lanbide hablan por s� mismos. Tanto su cuant�a como los motivos aducidos para concederlas y la forma en que se aprobaron son lo suficientemente elocuentes como para que los organismos concernidos se sientan, al menos, �ticamente inc�modos y socialmente interpelados. Pero, m�s all� de lo evidente, esos datos abren varias interrogantes sobre la propia funci�n de los agentes, en especial, la de las centrales sindicales.

Porque, si ya es cuestionable que la asistencia a un n�mero determinado de reuniones -bastante escaso, a la luz de los datos- sea motivo de subvenci�n, m�s aun cuando los asistentes ostentan cargos remunerados en las organizaciones a las que representan, que son perceptoras a su vez de fondos p�blicos, y es escandaloso el montante fijado para cada organismo, que suma un total astron�mico, es inevitable que se planteen dudas sobre si esas aportaciones pueden o no afectar a la independencia que se les presupone a los beneficiarios respecto de la administraci�n p�blica. Cualquier ciudadana o ciudadano puede preguntarse si es posible que un colectivo mantenga inalterable su esp�ritu de lucha y su vocaci�n de confrontaci�n, a veces necesario, respecto a la instituci�n que de forma directa y en cantidades tan generosas le est� financiando.

�Qui�n es capaz de enfrentarse a quien le subvenciona? Es una pregunta que pueden hacerse todas aquellas personas que creen que un sindicato deber�a anteponer el inter�s de los trabajadores a cualquier otra circunstancia y pelear por la clase obrera ante quien se oponga a sus derechos, tambi�n las instituciones. Esta pregunta no es, en s� mismo, un juicio de valor respecto a la actividad de esas dos centrales, pero el hecho de que mucha gente se la pueda estar haciendo deber�a ser motivo de reflexi�n para sus dirigentes.