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Athletic Asistieron con gran entusiasmo socios y jugadores

Cien años de la primera piedra de San Mamés

Tras pasar por Lamiako y Jolaseta, el club presidido por Alejandro de la Sota decidió construir un nuevo campo en la prolongación de la Gran Vía bilbaina. Iba a costar 40.000 pesetas y acabó saliendo por 89.000. Aunque no dio el once, parece que Bielsa alineará el que ensayó el viernes.

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Joseba VIVANCO

«Empezó a jugarse a fútbol en Bilbao porque la hierba es blanda y huele a campo. Comenzaron a jugarlo los de la ciudad; los cansados de los juegos asfálticos. Los jugadores aldeanos vinieron mucho más tarde, por espíritu de rivalidad únicamente. Pero Bilbao rompió a jugar por la emoción y el olor de caerse en el césped».

Jacinto Miquelarena,

Revista ``Stadium'', 1934

Todo comenzó en la `Campa de los Ingleses' y culminó en el viejo San Mamés. «Y así, el Athletic jugó en Lamiako, y después en Jolaseta. Y, finalmente, en San Mamés. Una ola, y otra ola, y otra», rezan los versos de Kirmen Uribe, que ilustran la placa en recuerdo a aquella campa en la que la historia del balompié echó a rodar en Bizkaia. Así es, todo comenzó allá en Lamiako y acabó -o se reinventó- un 20 de enero de 1913, hace hoy un siglo, cuando se colocó la primera piedra de la que luego sería rebautizada como Catedral del fútbol.

Los dirigentes del club llevaban tiempo rumiando la necesidad de un nuevo campo. Lamiako quedaba a desmano y, tras los fallidos intentos de hacerse con terrenos del entonces rural Basurto, y más tarde los del actual Parque de doña Casilda, el Athletic tuvo que organizar en 1911 el Campeonato de España que le tocaba a Bizkaia en Jolaseta. Pero tampoco aquello convencía a los responsables, por la lejanía de Neguri. El aficionado bilbaíno tenía que rascarse el bolsillo para pagar el billete de tren, 2,90 pesetas en primera y con entrada incluida.

El 10 de diciembre de 1912, bajo la presidencia de Alejandro de la Sota, la Junta del Athletic debatió la larvada necesidad de dotar al club de un nuevo campo y, después de descartarse un primer proyecto en Indautxu, se optó por unos terrenos de la prolongación de la Gran Vía bilbaina, propiedad de los herederos de Novia de Salcedo, próximos al asilo de San Mamés, construido en los terrenos de una antigua ermita en honor a dicho santo y que contribuyó a la denominación del campo.

«Anfiteatro de reñidas luchas»

El presupuesto inicial de las obras se estimó en unas 40.000 pesetas y a fe que no resultó difícil hacerse con dicha cantidad. El 20 de enero, un mes después, se colocaba la primera piedra, tras una suscripción popular en la que se recaudaron 40.700 pesetas, donde los socios aportaron desde 1.000 pesetas a cantidades mucho más modestas. La obra dirigida por el arquitecto Manuel María Smith acabó costando 89.061,92 pesetas.

Así rezaba una de las crónicas de aquel 20 de enero de hace un siglo: «Asistieron los socios del Athletic al acto de comenzar las obras de arreglo de su nuevo campo de football en nuestra villa. Reinó gran entusiasmo con dicho motivo entre los socios de este club, aplaudiendo unos y dando vivas los otros al Athletic durante el mencionado acto. El campo fue bendecido con toda solemnidad por el ilustrado sacerdote don Manuel Ortuzar. La sociedad sportiva, que tan alto ha sabido colocar el pabellón de Bilbao, merece toda clase de aplausos y elogios por sus nuevos y arriesgados trabajos. En el local del Athletic fue izada, con tal motivo, la bandera del club».

La suerte estaba echada y su prometedora y larga leyenda también, como atestiguan las palabras que pronunció el presbítero: «Y que este campo, cuyas obras hoy empiezan, sea anfiteatro de reñidas luchas en las que os cubráis de laureles y logréis los triunfos a los que tantas veces os hicísteis merecedores».

«Como una dama joven»

40.000 pesetas y dos meses de obras que se convirtieron al final en 89.062 pesetas y siete meses de ardua tarea. Pero, por fin, el 21 de agosto de aquel 1913, el nuevo San Mamés, rodeado de huertas, ya estaba listo.

De inconfundible sabor inglés, como nos describe Asier Arrate en ``Euskonews'', el campo «contaba con capacidad para más de 7.000 espectadores, de los cuales 3.000 estaban cómodamente sentados; sobre talud se levantaba una magnífica tribuna de madera de tonos claros. Las señoras tenían una instalación aparte con acceso desde la misma tribuna. A cada lado de esta, sobre taludes de césped salpicados de macizos de flores, se extendía una terraza desde donde se dominaba admirablemente todo el terreno de juego, disfrutándose de un estupendo paisaje, `cosa estupenda e increíble en esta villa de los humos y las fábricas'. Una de estas terrazas, a su vez, disponía de servicio de ambigú y bar».

Un gran mástil con una bandera del club, costeada por «distinguidas damas de Bilbao», presidía el terreno. La expectación que suscitó fue tal que las plazas del flamante terreno no fueron suficientes para dar cabida a todos quienes pretendían vivir el choque. Fue una fiesta aun mayor que la del día que se colocó aquella primera piedra. «La nueva campa de San Mamés es preciosa, encantadora, ideal, como una dama joven que sale al mundo de las ostentaciones para triunfar y para resplandecer», describía un cronista.

«Me daban ganas de coger un balón y correr en el campo con él. Solo el campo del Chelsea puede compararse con este, ningún otro», acertó a pintarlo Berraondo, jugador de la Real Sociedad y árbitro de aquel primer partido. San Mamés había nacido y nadie, ni el más optimista, imaginaba, como acertó a decir el presidente Alejandro de la Sota en aquel 1913, que «el football lejonés parecerá a nuestros hijos tan viejo como las dunas de Arrigunaga. ¡Quién sabe si llegaremos a construir fábulas futbolísticas!». Y las construyeron.

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