Fede de los Ríos
La corrupción embota la razón
Aquí cerca, en la tierra de San Fermín, si aspiramos un poco, podemos oler y degustar la podredumbre de una caja de ahorros navarra en descomposición acelerada por la acción interna de rapaces y carroñeros de diferente pelaje
Hoy es el día de San Sebastián, tam-tam, porrón-pon-pon, tam-tam, porrompompón. Quizás el más gay de todos los santos (si exceptuamos a la pareja formada por San Sergio y San Baco, al arrepentido San Agustín y no damos pábulo a rumores sobre San Juan evangelista), homenajeado de una manera tan marcial, dice mucho en favor de un pueblo que entroniza como patrón a un santo tan estéticamente apolíneo y lo celebra de manera tan dionisiaca. Al fin y a la postre, la vida no es sino una lucha de contrarios. Hacen bien los donostiarras en disfrutar sin reservas de la fiesta, ese ínterin entre una cotidianidad cada vez más difícil de sobrellevar.
Nada hay en nuestra mente que no haya pasado por nuestros sentidos, decían los clásicos teóricos del pensamiento que aborrecían la metafísica de las creencias y las supersticiones. Así que nuestro cerebro y sus funciones en la actualidad corren peligro de corromperse. Porque hoy, en lo que llaman España, ninguno de nuestros sentidos corporales parece escapar a la corrupción que todo lo ocupa.
Si uno alza la vista hacia la lejanía, da igual Suiza, las Islas Caimán o Norteamérica, encuentra el botín de cuatreros que nos gobiernan y a los que nada les consta. ¿Recuerdan la amnistía fiscal decretada por Montoro? Pues eso.
¿Que por qué llaman sobresueldo al sueldo opaco al fisco? Elemental, queridos, porque va en anónimo sobre. De igual manera, paga extraordinaria recibe su nombre porque lo ordinario es que no la vuelvas a cobrar.
No tan lejos, se puede oír cómo un exconsejero de la Sanidad pública, Juan José Güemes, marido de Andrea Fabra (la del «que se jodan» refiriéndose a los recortes en la prestación del desempleo), forma parte del consejo de administración del grupo que lleva la gerencia de los hospitales que privatizó cuando era consejero de Sanidad.
Áticos y mansiones adquiridas a precio de saldo a través de sociedades etéreas e incorpóreas por astutos gestores de lo público. Hijos de Molt Honorable que, a la postre, han resultado menos honorables de lo esperado.
Delincuentes convertidos en estrellas televisivas. Al Cachuli y a la Pantoja acabarán dedicándoles calles de Marbella.
Y aquí cerca, en la tierra de San Fermín (que a falta de homosexual era negrico), si aspiramos un poco, podemos oler y degustar la podredumbre de una caja de ahorros navarra en descomposición acelerada por la acción interna de rapaces y carroñeros de diferente pelaje pero de igual bravura. Comisiones, sobresueldos, dietas, créditos baratos, etcétera. Una vez denunciados, lejos de amilanarse, sacan pecho.
Decían que no había dinero. Lo decían para que no pasásemos envidia, que es una cosa muy fea.
Una duda. Alguien que vota de manera reiterada a un partido que empeora sus condiciones de vida: sea su educación, su salario, su jubilación, su salud o la de los suyos, mientras observa cómo los miembros de ese partido y sus familias se enriquecen legal e ilegalmente, sé que no son tiempos para el asesinato político pero, al menos, ¿no podría intentar solucionarlo mediante eutanasia?