Indagamos en nuestra memoria constantemente. Recordamos y seguimos viviendo. Las imágenes son parte de nuestros recuerdos. Sin embargo, la memoria visual del ser humano es perenne y algunos recuerdos se nos escapan. La fotografía está ahí, supuestamente, para ayudarnos en ese ejercicio; es nuestra compañera de viaje, vela por nuestras ilusiones de realidad y reinventa lo visto e, incluso, sirve de documento. Esa puede ser una de las funciones de la imagen fotográfica; la de servirnos de soporte para crear y creer en una realidad conjunta, colectiva, compartida. Pero ¿y si ese «documento» no fuera tal? ¿Y si todo fuera una ilusión, una mentira?

Gran parte del proyecto artístico de Joan Fontcuberta se fundamenta en la duda. El polifacético artista catalán avanzó hace ya muchos años en la importancia de la pedagogía de la duda a través del soporte de la fotografía, ¿Cómo desmantelar los discursos autoritarios que fundamentan la noción de verdad en un mundo dominado por la comunicación y la tecnología? Cuestionando la veracidad, la noción de realidad que impone la ciencia sobre lo que es real y sobre lo que no lo es. La fotografía, como instrumento para cuestionar la metodología de la ciencia y de la historia. El humor como herramienta para desmantelar discursos. Con su fina ironía nos invita a creer en descubrimientos botánicos imposibles como «Herbarium», en sirenas fosilizadas y en astronautas inexistentes como en «Sputnik». Realiza una reflexión metafotográfica y nos muestra los trucos con que los que se logra que la ilusión se confunda con la realidad. Su obra desmantela verdades absolutas indagando en la cuestión ontológica de la verdad. Invita a caminar a través de la mentira y de la metáfora en tiempos inciertos.