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Imanol Intziarte | Periodista

Dos décadas como César dan para crear muchos Bruto

No era cuestión de enredar, o simplemente no cuadró y el que suscribe andaba liado con otras historias. El pasado fin de semana se celebró el Congreso del PSE en la CAV y ayer fue el turno del de Gipuzkoa, y aunque me llamó la atención la ausencia de Odón Elorza en la lista de nombres relevantes no pude meterme en harina.

El caso es que quien fuera buque insignia del partido, mucho antes de que Patxi López alcanzase un puesto en Lehendakaritza, no tuvo ni voz ni voto en el cónclave celebrado en el Euskalduna de Bilbo. Así que lo apunté en la agenda de temas pendientes y ahora es un momento tan bueno como cualquier otro.

En todas las casas cuecen habas, y este es un ejemplo superlativo de que un día estás arriba y no te tose ni Benedicto XVI, y al día siguiente pierdes unas municipales y no te conoce ni Cristo bendito.

«Los compañeros de la agrupación no te eligen por mucho que seas «x», «y» o «z». Aquí las cosas se ganan a pie de calle y éste es un partido con mucha vocación municipalista y, sobre todo, muy pegado al terreno. Si tú lo que haces es tener una representación en una institución, pero no vas por tu agrupación, te pasan estas cosas, que vas a tu agrupación y no te eligen», ahondó en la herida el secretario de Organización Alfonso Gil. Zas, en toda la boca.

Con ser todo esto posiblemente verdad, no lo es menos que el que fuera alcalde de Donostia durante veinte años no va «a su agrupación» más a menudo porque es diputado por Gipuzkoa en el Congreso español.

Allí lo mandaron en la clásica patada hacia arriba con la que los partidos se deshacen de sus dinosaurios. Si en vez de las elecciones generales hubiesen sido antes las europeas, Elorza estaría sin ninguna duda en Bruselas viendo mear al Manneken Pis en compañía de otros insignes caducados como Carlos Iturgaiz o Jaime Mayor Oreja.

Uno no tiene presupuesto como para colocar micrófonos en algún centro de mesa de la sede que el PSE tiene en la calle Prim de Donostia, pero apostaría a que veinte años como alcalde plenipotenciario fueron tiempo suficiente para pisar muchos callos y para que los damnificados aguardasen con entusiasmo el momento de la venganza.

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