Cuatro personajes que viven y se sobreviven. Se retroalimentan de sus obsesiones, pero se plantan ante nuestros ojos con unas ideas que nos divierten desde su distorsión de la propia realidad, de la propia existencia, aunque no hagan otra cosa que denunciar su estado indefinido, marcados por la ausencia de un futuro que los ilusione, en una edad en la que ya no son jóvenes, ni maduros, sino que forman parte de esa masa de desesperados que abrazan el fracaso con afición.

Están muy pasados de rosca, parecen gamberros, en otras ocasiones participan de una actitud de rebeldía acogotada, pero resulta que ellos tienen o parecen tener una clara manera de entender el mundo. El problema reside en quienes los miramos, que podemos o no compartir esa manera. Incluso que podemos enfrentar a su peculiar manera, nuestra manera, con nuestros valores y nuestras renuncias que forman parte, precisamente, de su discapacidad para manejarse en lo cotidiano.

En el texto destaca por una utilización quirúrgica del diálogo, por crear unos personajes muy señalados, reconocibles, singulares, tipos, pero muy bien sustentados en unas interpretaciones muy sólidas, que logran una comunicación directa con los espectadores a través de un humor que va de lo chocarrero a lo absurdo.

Trepidante puesta en escena, que requiere una actitud física de entrega absoluta de los actores, que en ocasiones se desbordan, sobreactúan, para mantenerse en un estadio formal entre lo real y el cómic. El autor es uno de los emergentes, y en su conjunto representan una buena muestra del teatro mexicano creado fuera de la capital.