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Iñaki Egaña | Historiador

Carta a un asesor de comunicación

Las trayectorias políticas están cargadas de saltos. Demasiadas veces hemos reparado en aquellos que jugaban a órdagos sin cartas y cuando fueron pillados, a la primera o a la décima, recularon con el rabo entre las piernas. Algunos de los más intransigentes políticamente y defensores del cerco a las ciudades desde el campo, terminaron en la otra orilla, o quizás en la que aspiraban desde siempre, defendiendo a Milton Friedman o a Rafael Sánchez-Mazas.

Desconozco qué razones peregrinas me animaron a leer hace unos días un artículo de opinión de Kepa Aulestia, en un diario de Vocento. Quizás la espera en un bar antes de tomar el autobús, el comentario de un compañero o simplemente el destino, ese que nos espera a la vuelta de la esquina para modi- ficar la monotonía. Por una u otra razón lo hice. «Una pesada herencia» titulaba Aulestia ese día.

El currículum de Aulestia es uno de tantos para estudiar en talleres de psicología. Detenido en Barcelona cuando se llamaba Watusi, en junio de 1975, con armas, explosivos y una lista de objetivos en el bolsillo, fue uno de los primeros en salir de prisión con el indulto de 1977. Expulsado de Euskadiko Ezkerra por indisciplina en 1991, durante los años anteriores participó, a veces como secretario general y otras con seudónimo, en ese proceso innombrable de la liquidación polimili. Con Bandrés y Onaindia, manejó los tiempos, las subastas y los intercambios con Interior del llamado entonces bloque polimili.

Con el cambio de siglo, Aulestia dio un salto y se convirtió en experto antiterrorista. Escribió libros, intervino en conferencias y preparó desde la trastienda encuentros de expertos en el tema. Con discreción. Vocento lo fichó y, henchido en su recalificación social, en 2010 creó su propia empresa de asesoramiento en estrategias de comunicación (Aulestia Contenidos Editoriales). Un gurú.

Tengo que reconocer que apenas he leído sus aportaciones antiterroristas, muy en línea del «todo es ETA», pero cuando lo he hecho siem-pre me ha quedado la duda de la orientación de su voto. Ya sabemos que, en los últimos tiem-pos, la línea entre UPyD y el PP es tan fina que a los menos avispados nos cuesta diferenciarla.

En el artículo referido, el autor, fatigado ya como estoy de citar su apellido, se animaba con «clarividencia» a manifestar lo que hará la izquierda abertzale en este nuevo escenario, tras su legalización. Su primera hipótesis es la de que «fomentará el olvido». La segunda tampoco tiene desperdicio: «luchar se ha vuelto complicado cuando resulta tan difícil de precisar en pos de qué y contra quién».

Apenas junto letras, aunque la edad me ha permitido mirar alrededor. También consulto a mis amigos. En psicología se llama proyección al acto de acusar a los demás justo de lo que uno mismo hace. Y Kepa Aulestia ha hecho, precisamente, lo que otros tantos han repetido durante décadas: proyectar su fracaso personal en los que han mantenido la llama de la lucha y del compromiso.

¡Cómo se puede negar a estas alturas la existencia de causas para la lucha! ¿O tendría que cambiar los signos de admiración por los de interrogación?

El ejercicio del recuerdo, antónimo del olvido, es, precisamente, el que llevó a los primeros militantes de ETA a tomar las armas. Hay una especie de hilo, a veces fino a veces grueso, que enlaza generaciones. En una trinchera y en la otra. Ya sé que habrá excepciones, pero cuando sentenciamos lo hacemos sobre la generalidad. Nadie queda exento de errores, pero si de algo puede estar orgullosa la izquierda abertzale es precisamente de la reivindicación y recupera-ción para el presente de las generaciones que nos han precedido.

Esa es, precisamente, la proyección comunicativa del poder. El PSOE sintió vergüenza de su pasado, al igual que el PCE. El PP ocultó los crímenes de sus padres y el PNV deshinchó la memoria para no dar alas a la izquierda abertzale y reforzar sus argumentos. Olvido. Pero no todos cayeron en esa estrategia comunicativa. No todos se hicieron socios de Aulestia Contenidos Editoriales.

La prohibición de las fotografías de los presos vascos, los ataques a los símbolos resistentes, tanto de hace 70 años como de 20, la imposición de otros símbolos... forman parte de esa estrategia del olvido, de esa proyección que avalan los consensuadores profesionales del poder económico. Sin memoria no se avanza, sin memoria somos el fin de la historia que diría Fukuyama, el modisto de los neocon.

La segunda de las cuestiones me alivia. Que un asesor comunicativo de la derecha no encuentre razones para luchar quiere decir que hemos llegado a su paraíso. Aspiraciones ínfimas. Como escribió Nicola Sacco en aquellas últimas letras, «a quienes juzgan sólo en busca de renombre les legamos las ardientes profundidades del infierno». Hay más razones para luchar que nunca.

El mapa del paro sigue creciendo desde la Ribera hasta la Margen Izquierda, los desahuciados de sus viviendas aumentan geométricamente, la sanidad se privatiza, las escuelas se cierran para pagar a banqueros, los bolsillos de cristal de numerosos políticos son una quimera, el suelo se particulariza, el ce- mento ahoga nuestros prados, el intermediario desfalca al productor, el sulfúrico termina con nuestros hayedos, el consumo sustituye a lo necesario, el euskara sigue teniendo categoría marginal, los alimentos básicos llegan con copyright, las mujeres cobran por el mismo trabajo la mitad que los hombres, los curas abusan de los niños y algunos jueces lo justifican, los torturadores siguen impunes...

No hace falta cruzar fronteras, ni siquiera salir de nuestros barrios para saber que el terrorismo se fabrica en Fort Benning o Fort Bagg, que las armas de destrucción masiva proceden de arsenales muy cercanos, algunos en nuestra tierra, y que en nombre de intereses petrolíferos o incluso únicamente culturales (primarios) se mata a miles de niñas, ancianas, mujeres y hombres desarmados desde Malí a Palestina, desde Chechenia a Iraq. En la Bárdena se descargan misiles y unos miles de kilómetros al este fósforo o napalm. No hay siquiera que encender el televisor para enterarse de que 26.000 niñas y niños mueren al día en el mundo de hambre y de que Francisco González se jubilará como presidente del BBVA con 80 millones de euros. Supimos que la esclavitud ha sido la mayor razia jamás cometida en nombre del mercado, que durante años, siglos, saquearon las fuentes de riqueza de quienes no estaban globalizados. Y, sin embargo, cada vez que aquellas almas errantes huyen del hambre, sus pateras son baleadas.

En casa, los ricos son cada vez más ricos, los policías se convierten en jueces y los jueces en hooligans. José María Benegas, político engordado entre sillones, añade que «el derecho a decidir» no es tal y amenaza con la Constitución, es decir con los tanques, para aparcarlo en la categoría de anhelo. La rapiña bancaria aumenta y la mínima intención de investigación se queda en el frigorífico: hasta ahí podíamos llegar. Somos franceses por decreto, españoles por la gracia de Dios, monárquicos desde la Edad Media o republicanos apologetas de Napoleón.

Ni siquiera tenemos espacio para respirar, querer o descansar. Las pautas son impuestas, los territorios desmembrados en administra-ciones artificiales y hasta las relaciones más íntimas deben pasar por el gusto de Hollywood o el ketchup de Heinz. Cuando amamos nos debemos a la Biblia y hasta nos señalan cómo debemos llorar a los nuestros.

La lista se me escapa entre los dedos. Relatar por qué se puede luchar es, en la misma medida, un elogio a la disidencia. Un enaltecimiento a todos los que nos han precedido, a pesar de las políticas de olvido, y un ejemplo a las que nos seguirán.

Hubo un desconocido, para nosotros, poeta vietnamita del siglo XIX que plasmó en una carta escrita en 1880 su desprecio a los colonizadores franceses. Me admiró su lucidez: «Mientras sigáis jactándoos de vuestra fuerza, vuestras capacidades, seguiremos negándonos a renunciar a nuestros fracasos, nuestras debilidades. Luego, si logramos ganar, sobrevivir, seremos los hombres justos del tribunal. Si tenemos la mala suerte de perder y morir, seguiremos siendo demonios sobrenaturales asesinos de bandidos».

Hay tantas razones para no olvidar y, por extensión para luchar, que jamás renunciaremos al relato, según la victoria o la derrota. Hombres justos o demonios sobrenaturales. Nunca, sin embargo, ingenuos. Tenemos ojos y observamos que algunos asesores comunicativos se fabrican en serie, en los mismos talleres que porras y talonarios.

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