Raúl Zibechi | Periodista uruguayo
Perú, centro de la disputa geopolítica regional
Con una coyuntura de inestabilidad y realineaciones de fuerza, el autor considera a Perú como el punto de convergencia de los intereses de la superpotencia global de EEUU y las potencias emergentes de China y Brasil. Y detalla en su análisis, con numerosas citas históricas y datos económicos, como un viraje de este país andino en una u otra dirección pueda consolidar el declive de EEUU o la integración regional.
En esa porción de la región andina convergen los intereses de la superpo- tencia global, Estados Unidos, y de dos poten-cias emergentes, Brasil y China. La relación de fuerzas en la región sudamericana es tan equilibrada que un viraje del Perú en una u otra dirección puede tener consecuencias dramáticas ya que podría conso-lidar el declive de la superpotencia o alentar la integración regional impulsada por Brasil y la Unasur (Unón de Naciones Suramericanas).
La competencia entre esas tres potencias está convirtiendo al país en un espacio en el que se cruzan múltiples conflictos: es la región clave para la salida al Pacífico de Brasil, que tiene importancia estratégica para una nación emergente que tiene lazos comerciales, políticos, diplomáticos y militares con China; es una de las más importantes puertas de ingreso de la inversión china a América del Sur, por sus inversiones en minería como por sus puertos por el que ingresan mercancías de Asia y salen mercancías del continente sudamericano; finalmente, es un espacio donde las luchas de clases protagonizadas históricamente por campesinos, indígenas y sectores populares urbanos han configurado un escenario altamente inestable, en el que han surgido fuerzas reaccionarias y autoritarias y otras rebeldes y emancipatorias.
En líneas generales, se puede afirmar que el Perú permaneció a lo largo del siglo XX en la esfera de influencia de los Estados Unidos como aliado y país dependiente proveedor de materias primas. Sin embargo, no debe olvidarse que bajo el gobierno de Juan Velasco Alvarado (1968-1975) el país se inclinó hacia la Unión Soviética con la que estableció una alianza militar y política. Ese período marcó a fondo al Perú actual, al punto que la herencia del velasquismo, que se puede resumir en nacionalismo y reforma agraria, sigue influyendo y operando por vías imprevisibles, a menudo laterales y transversales.
La creación de la Unasur ha conseguido arrastrar a la mayor parte de los países de región, forzando así la participación de aquellos que como Colombia y Perú se muestran reticentes. Entre los objetivos declarados por el consejo de Economía y Finanzas, por ejemplo, figura la creación de una nueva arquitectura regional que incluye «el uso de monedas locales y regionales para cursar las transacciones comerciales intrarregionales», la coordinación de los bancos centrales para atender la financiación de proyectos de desarrollo e infraestructura en condiciones de plazos e intereses más ventajosas de las que ofrece el mercado global de capitales, «fortalecer la integración financiera de la Unasur» y desarrollar «un mercado suramericano financiero y de capitales».
Desarrollos de ese tipo están llamados en el mediano plazo a cortar amarras con los Estados Unidos y los centros financieros y económicos vinculados a Wall Street, lo que convertiría a Sudamérica en una región geopolíticamente soberana como lo muestra el fuerte crecimiento del comercio intrazona.
La creación de la Alianza del Pacífico en abril de 2011 entre México, Colombia, Perú y Chile es la respuesta de la Casa Blanca a esa creciente independencia regional y, como señala el economista peruano Oscar Ugarteche, «un contrapeso a la influencia brasileña en Sudamérica» (Alai, 26 de abril de 2011). Los tres gobiernos sudamericanos que integran la Alianza tienen en común no haber firmado el acta de constitución del Banco del Sur, no tener acuerdos comerciales con el Mercosur del cual son sólo observadores, tener Tratados de Libre Comercio (TLC) firmados con Estados Unidos y carecer de un sector industrial nacional significativo.
Chile, Perú y Colombia han coordinado sus bolsas de valores a través del MILA (Mercado Integrado Latinoamericano) y hacen cotizaciones en común, lo que le otorga gran relevancia a los grupos financieros en la política internacional, en particular los fondos de pensiones privados vinculados a la gran banca del Norte. Ugarteche concluye que la principal división en América del Sur es «entre países con alguna industrialización y ampliación del mercado interno, y los que no».
Se trata de tres países exportadores de minerales e hidrocarburos que a su vez compran productos industriales mayoritariamente de Estados Unidos. Ugarteche concluye que el nuevo bloque «sirve no para competir sino para bloquear» la integración regional que propone la Unasur.
Luego del golpe de Estado constitucional contra el presidente Fernando Lugo en Paraguay, la decisión del Mercosur de ampliarse incluyendo a Venezuela y luego a Bolivia y Ecuador, es el camino emprendido para seguir avanzando ante el previsible bloqueo de la Unasur por parte de los países que conforman la Alianza del Pacífico, que también integran, con la excepción de Colombia, el Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP por sus siglas en inglés), con el cual Estados Unidos pretende responder el ascenso de China. Perú juega un papel central en esa estrategia: a escala sudamericana es una pieza clave en el bloqueo de la estrategia de integración del Mercosur y la Unasur.
La característica principal de la coyuntura en Perú es la inestabilidad y las constantes realineaciones de fuerzas. Luego del viraje de Ollanta Humala en diciembre de 2011, cuando se desprendió de los sectores de izquierda que lo llevaron al gobierno, hubo fuertes señales del gobierno peruano en apoyo a la política exterior de Washington a la vez que mostró sintonía con la propaganda de los medios de la derecha que aseguran que la integración regional «es para los perdedores».
En estos momentos se escenifica la propuesta de revocación de la alcaldesa de Lima, Susana Villarán, de centro izquierda, por una alianza entre partidarios de Alberto Fujimori y Alan García, ambos ex presidentes acusados de corrupción y violaciones a los derechos humanos. Si la revocatoria triunfara, la votación será el 17 de marzo, las fuerzas más oscuras de la derecha estarán en excelentes condiciones para volver a ocupar el sillón de Pizarro. Nada de esto es nuevo en Perú, a juzgar por su historia.
En las dos transiciones hegemónicas anteriores, las revoluciones independentistas y la crisis de la dominación oligárquica, las elites limeñas jugaron un papel retardatario de los cambios. Lima fue una de las ciudades latinoamericanas que más tiempo permaneció adherida a la corona española, porque «la aristocracia criolla, sobre después de la rebelión de Túpac Amaru, percibía su existencia en función de la continuidad del andamiaje español», como señala el historiador Julio Cotler. La ruptura con la dominación española debió llegar de fuera porque la independencia podía significar la igualdad de derechos civiles entre criollos e indios.
En el segundo caso, la dominación oligárquica se extendió mucho más allá de la década de 1930 porque la movilización de los sectores populares mostró la extrema precariedad de la clase dominante y del Estado oligárquico. La impresión es que los rasgos de raquitismo de las clases dominantes peruanas, moldeadas cultural e históricamente por el temor a una irrupción intempestiva de los de abajo, se ha profundizado bajo el neoliberalismo. En este período de desarticulación geopolítica y de relevo de hegemonías esas elites siguen dispuestas a apelar a la violencia genocida como forma de contener y repeler todo lo que huela a cambios. Perú es el único país de esta región donde la integración y la alianza con Brasil son atacadas con el mismo vigor con el que hace apenas unas décadas se combatió el comunismo.