Análisis | GUERRA DE DIVISAS
Las viejas recetas no sirven
El autor reflexiona sobre la denominada «guerra de divisas» y sostiene que las políticas tendentes a aumentar el dinero en circulación para estimular la economía, como lo han hecho Reino Unido o EEUU, no han tenido éxito, lo que cuestiona las recetas aplicadas hasta ahora. Se necesitan nuevos enfoques que vayan más allá de las manidas recetas como por ejemplo la necesidad de aumentar el gasto en general, sin reparar en qué se gasta, cómo se gasta, a quién beneficia, etc.
Isidro ESNAOLA | Economista
Durante este mes de febrero ha habido bastantes movimientos de los bancos centrales lo que ha llevado a una gran cantidad de analistas a postular que nos encontrábamos en el inicio de una guerra de divisas que podía hacer todavía más profunda la recesión de la economía mundial y especialmente la de muchos países.
A pesar de su rimbombante nombre, una guerra de divisas no es más que una devaluación de la divisa de un país, que provoca que el resto de países devalúen también las suyas para no perder su posición. Si un país decide devaluar su divisa con respecto al resto de divisas lo que ocurre es que automáticamente el precio de las mercancías que exporta se abarata. Lo que antes valía un euro sigue valiendo un euro; pero en dólares, por ejemplo, con una devaluación del 20% pasa de valer 1,40 a valer solamente 1,12 dólares, lo que teóricamente vuelve mucho más atractivo su precio, multiplicándose las posibilidades de exportar.
En sentido contrario, las importaciones se encarecen, haciendo más difícil al resto de países del mundo vender sus productos en dicho país. Por esta razón, el resto de países también tiende a devaluar su moneda entrando en una espiral que no deja mucho beneficio a nadie; cuando todo el mundo actúa de la misma manera, las cosas se suelen quedar igual, todo lo más, el primero que ha empezado saca alguna ventaja.
En ese camino por devaluar la moneda propia frente al resto, se pueden utilizar diferentes caminos pero todos consisten básicamente en que el resto del mundo pierda interés por la moneda del país en cuestión. Así, el Banco de Japón anunció que establecía un nuevo objetivo de inflación en el 2%, lo que quiere decir que aumentará el dinero en circulación, lo que a su vez se traducirá en una pérdida de valor de la moneda. A partir de esa declaración, el yen ha caído respecto al resto de monedas.
Mientras tanto, el G-20 reunido en febrero en Moscú tampoco dio muchas pistas sobre el particular. La reunión terminó con un comunicado escrito en el habitual lenguaje diplomático de estas cumbres que daba pocas pistas sobre lo que pensaban los partícipes sobre la guerra de divisas y mucho menos sobre las medidas que piensan tomar.
No parece que la cuestión sea para tanto. Algunos, por ejemplo, especulan con que George Soros quiere volver a tumbar a la libra, cosa que por cierto, vendría muy bien al Reino Unido a pesar de que, paradojas de la vida, no está en la zona euro y no ha aplicado la estricta política monetaria del continente, y sin embargo, tampoco consigue reanimar su economía.
Algo parecido ocurre con Estados Unidos. La Reserva Federal ha estado aplicando unas políticas tendentes a aumentar el dinero en circulación para estimular la economía, pero no han tenido éxito. El pasado mes de febrero, la Reserva Federal, en uno de sus pocas declaraciones públicas, planteaba por primera vez desde hace mucho tiempo que habría que replantearse la política de estímulos monetarios por sus escasos resultados en la reactivación económica.
Tanto en Reino Unido como en Estados Unidos, esas políticas monetarias dirigidas a aumentar la cantidad de dinero en circulación deberían haber provocado una devaluación de sus monedas respecto al resto de divisas, cosa que tampoco se ha producido de manera apreciable. La conclusión por lo tanto es clara: haya mucho o poco dinero en circulación, el dólar y la libra se siguen considerando monedas refugio, sobre todo, en épocas de zozobra como las que vivimos.
En resumidas cuentas, tenemos por una parte al Banco Central Europeo que continúa con su política monetaria restrictiva provocando que la actividad económica siga cayendo en la zona euro; y por otra parte, nos encontramos con países como Reino Unido y Estados Unidos que han aplicado políticas mucho más expansivas, aunque no han conseguido que sus monedas se devalúen respecto al resto y tampoco han logrado que su economía se recupere, con lo que se están cuestionando las recetas aplicadas hasta ahora.
El problema no parece estar en el tipo de política monetaria que se aplica, como tampoco lo está en los tipos de interés, a pesar de la lata que dan diciendo unas veces que los han bajado un cuartillo para estimular la actividad económica, mientras que otras veces subrayan que los han subido medio punto porque se estaba recalentando la economía. Lo que todo esto deja a las claras es que nos quieren hacer creer que son capaces de dirigir la economía con medidas tan sencillas como puede ser subir un cuarto de punto los tipos, que por cierto, ya es raro que lo que haga falta cada vez sea subir o bajar los tipos exactamente en un múltiplo de 25 y no en cualquier otra cantidad. En sus memorias Alan Greenspan reconocía abiertamente que una vez intentó que los valores de las acciones en bolsa subieran pensando que así estimularía la actividad económica, pero el experimento fracasó.
La cuestión es que la economía es algo mucho más complejo que los simples modelos que se utilizan para la gestión de los tipos de interés y la masa monetaria. Su evolución depende, por ejemplo, de la presencia o ausencia de ciertos recursos que en determinados momentos pueden resultar claves para que todas las relaciones económicas entre diferentes industrias y sectores funcionen correctamente. También depende de los avances tecnológicos que abren nuevos campos a la actividad industrial y de servicios, y que han revolucionado la industria, los servicios y nuestra vida cotidiana, aunque es posible que en este momento haya agotado ya su capacidad de transformar la economía.
No podemos dejar de lado los aspectos organizativos que permiten que se desarrollen nuevas actividades cuando existe un marco adecuado o que pueden empobrecer la actividad económica cuando el entorno está monopolizado por unas pocas empresas o unas cuantas personas que explotan al resto. A fin de cuentas, la economía no es más que un conjunto de decisiones humanas que no se pueden reducir a unos cálculos sobre los tipos de interés o sobre la cantidad de dinero en circulación.
Todos los aspectos arriba reseñados son claves para afrontar la crisis que nos condiciona y que atenaza nuestro futuro. Se necesitan nuevos enfoques que vayan más allá de las manidas recetas como por ejemplo la necesidad de aumentar el gasto en general, sin reparar en qué se gasta, cómo se gasta, a quién beneficia, etc. Como muy bien recuerda Carlos Taibó en su blog: «Opongámonos con firmeza a los recortes, pero no identifiquemos éstos con la austeridad. En un planeta que se nos va, esta última tiene que ser, por fuerza, un valor en ascenso. Y un valor nuestro».