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Raimundo Fitero

Al agua

 


Un día volveré a bautizarme en la pila de la coherencia, pero mientras sea un apóstata del fundamentalismo, seguiré chapoteando por lo que los canales de televisión proporcionan a su clientela, y además consigue una sorpresiva respuesta mayoritaria. Cada vez que aparece un programa como «¡Splash!», consistente en que una serie de famosos se tiren desde las palancas o los trampolines de una piscina, uno tiene ganas de renunciar a cualquier posibilidad de utilizar un mínimo razonamiento vertical u horizontal para intentar comprender la gracia del mismo y los impulsos que llevan a una cantidad grande de conciudadanos a estar las dos horas que dura pendiente de ese entretenimiento tan curioso como idiota de esta oferta de Antena 3.

Es un programa testado en otras televisiones internacionales, en sociedades de diferentes niveles de capacidad económica y de número de estudiantes universitarios, pero dentro de lo que se considera el primer mundo. Por lo tanto, pensando además que la otra cadena del duopolio, Telecinco, tenía otro exactamente igual a punto de salir, y en esta guerra cuerpo a cuerpo que llevan, el adelanto imprevisto de la cadena de Planeta hundió de manera irremisible al GH, con datos muy elocuentes: el doble de telespectadores a favor de los piscinazos. Lo que significa que es uno de los momentos más críticos para el programa río de Mediaset, y eso que utilizaron todos los recursos para llamar a las audiencias, hasta provocar una suerte de triángulo amoroso en la casa de los parásitos. Ni por esas.

La cosa es muy simple, personajes del famoseo o el deporte, casi descatalogados, se meten en un proceso de entrenamiento, bastante duro, para aprender a saltar desde los trampolines, en algunos caso con intentos muy serios, de rango, que necesitan esfuerzo y horas de trabajo. Un jurado compuesto por futbolistas, entrenadora de natación sincronizada expulsada de su cargo y Santiago Segura, con la presentación siempre eficaz y divertida de Arturo Valls. Y claro, si va a saltar Falete, tenemos más que espectáculo, morbo, porque además de gracioso y desinhibido, vestido de «anfibio» es un cañón. Triunfó perdiendo. Un entretenimiento blanco.

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