Crónica | autodefensa en baluchistán oriental
Objetivo de atentados mortales, los chiíes se organizan en milicias
Ya basta! Tenemos que defendernos», clama Ismatullah con un kalashnikov en la mano, a la entrada de su barrio en Quetta, capital de Baluchistán Oriental, bajo administración paquistaní, donde los jóvenes chiíes han formado su propia milicia después de los recientes ataques sangrientos contra su comunidad.
AFP | Quetta
El grupo armado suní Lashkar-e-Jhangvi (LeJ) reivindicó los dos atentados contra la comunidad chií con mayor número de víctimas en la historia del país, que segaron la vida de casi doscientas personas en enero y febrero en la capital de la inestable Baluchistán Oriental, muy cerca de la frontera afgana.
Como respuesta a esos dos últimos ataques, miles de chiíes de la etnia hazara, objetivo de estos atentados, han suplicado en vano a las autoridades el despliegue del Ejército en sus barrios. Ante la falta de respuesta, los jóvenes han decidido constituir su propia milicia de autodefensa.
«La única cosa que nos interesa es la educación y los libros, pero los terroristas nos han obligado a tomar las armas y a patrullar las calles», señala Ismatullah, de 18 años, que ha perdido a numerosos amigos en estos atentados.
Los hazara, reconocibles por sus rasgos que recuerdan a los mongoles, se trasladaron a Quetta a partir de finales del siglo XIX, después de que el emir de Afganistán Adbur Rahman Khan reprimiera su insurrección a sangre y fuego.
En el siglo XX, los hazaras ocuparon puestos claves en Baluchistán Oriental hasta la muerte violenta de un ministro provincial en 1999. Desde entonces, alrededor de 1.200 miembros de esta comunidad han sido ejecutados en Quetta, según asociaciones locales.
En los últimos años, los jóvenes hazaras de Quetta han formado una organización voluntaria, la Syed-ul-Shohada Scouts, integrada en el movimiento scout. Sus voluntarios se encargan de garantizar la seguridad en las procesiones.
Hoy en día, frente a las amenazas que se repiten, quieren armas y un salario. «La inmensa mayoría de los doscientos jóvenes que se encargan de la seguridad en las procesiones estudian o trabajan, y no pueden patrullar a tiempo completo», afirma Syed Zaman, presidente de la asociación local de scouts.
«Queremos encontrar un modo de que se les remunere por vigilar (los barrios amenazados) continuamente. Esperamos ser capaces de formar una unidad regulara de aquí a un mes», añade Zaman.
Muros de la vergüenza
En el atentado del pasado 10 de enero, un kamikaze detonó su cinturón de explosivos en un salón de billar. Diez minutos después, cuando policías, equipos de rescate y periodistas habían llegado al lugar, un coche bomba estalló frente al establecimiento. Balance: 92 muertos.
Cuando un mes después, el 16 de febrero, una bomba oculta en un camión cisterna explotó en el suburbio Hazara Town, los jóvenes comprendieron. «Inmediatamente después, nos armamos para vigilar las calles, controlar los accesos al barrio y evitar que alguien entrara para hacer estallar una segunda carga», explica Ghulam Haider, otro responsable scout.
Paramilitares y policías controlan solo algunas entradas a Hazara Town, situado junto a una carretera muy concurrida, y no se ve ninguna patrulla en su interior, según comprobó un periodista de AFP.
«Las fuerzas de seguridad no pueden protegernos, ellos no conocen el sector porque la mayoría no son de Quetta. Queremos instalar nuestros propios puestos de control permanentes en nuestros barrios», señala Haider.
Pero las autoridades, acusadas regularmente de cerrar los ojos ante las actividades de grupos extremistas como el citado LeJ, no ven con buenos ojos esta iniciativa. «Si armamos a una comunidad, se creará un mal precedente», asegura Ahmed Fiaz Sunbal, jefe de operaciones de la Policía de Quetta.
La Policía dice que apuesta más bien por reducir el número de entradas a los barrios hazaras, levantar barreras y muros en sectores particularmente sensibles y reclutar a jóvenes para que le ayuden a patrullar.
Pero los hazara, cansados de las promesas de seguridad incumplidas por las autoridades, temen quedarse aislados. «Les vamos a dar una última oportunidad. Si no hacen nada a pesar de estas garantías, y si se comete otro atentado, tomaremos las armas y mataremos a nuestros adversarios. Esto será una guerra abierta», advierte Zahid Ali, un joven comerciante muy envalentonado.