«Alguien como Stalin es lo que nos hace falta ahora», afirma Julia Kalatcheva al depositar flores en la tumba del líder soviético 60 años después de su muerte.

Cientos de personas de todas las edades se reunieron bajo un frío polar en la Plaza Roja para honrar a su líder, enterrado al pie del Kremlin. «Hoy estamos aquí para inclinarnos ante la preclara memoria de Stalin...», señaló el líder del PCR, Guennadi Ziuganov, quien subrayó en en tiempos soviéticos primaban los valores del trabajo, la lealtad al Estado, la justicia y la amistad y puso como ejemplo actual a China que, «bajo la dirección del PCCh y avanzando por la senda de Lenin y Stalin, exhibe enormes logros».

«Con él en el poder reinaba el orden», insiste Kalatcheva, militante comunista de 45 años.

«Stalin era un genio. Convirtió a un país atrasado en una superpotencia», señala Larissa Tokunova, jurista de 50 años llegada desde la península de Kamtchatka, a ocho husos horarios de Moscú.

Sobre las críticas a las purgas internas, las deportaciones de pueblos enteros y los gulags, Serguei Obujov, dirigente del PCR, lo tiene claro. «Dígame un dirigente que no haya sido un asesino, que no firmara una pena de muerte». «Yo no sé nada de las víctimas de Stalin», niega Marat Muzaiev, de 25 años. «¿Y cuantas víctimas ha habido tras la caida de la URSS?».

Según un sondeo del diario «Vedomosti», el 49% de los rusos consideran positivo el papel de Stalin frente al 32% que lo estiman negativo. Por contra, un 55% cree que la muerte de Stalin supuso el fin de una era de terror y de represión masiva.

Mientras el PCR exige devolver el nombre de Stalingrado a Volgogrado y en su ciudad natal, Gori (Georgia), restauran un monumento que fue retirado hace dos años, organismos de derechos humanos como Memorial explican estas encuestas por la ambivalencia del poder ruso actual hacia la figura de Stalin.