Desterremos la violencia de la vida aunque sea a patadas. Prohibámosla hasta en el diccionario para que como concepto no pueda tener coartada, tampoco entorno. Censuremos la intolerancia de sus nueve desalmadas letras.

Deslegitimemos la violencia para que sean declarados ilegales los muros con y sin vergüenza, las alzas de los precios, las mentiras impresas, los airados despidos, los infiernos.

Y que los trabajadores que pierden la vida en los llamados accidentes laborales puedan morir serenamente en la gracia de la patronal y del gobierno, y enterrados en paz y en armonía.

Y que los desprovistos de trabajo y vivienda puedan conducir en calma su infortunio.

Y que los extorsionados por los bancos, cautivos de violentas hipotecas, encuentren la paz que se les niega después de tanta ruina y tanta deuda.

Y que los acosados indefensos ante el furor violento del negocio y la infame violencia del comercio puedan enloquecer serenamente al amparo de hambrunas y pandemias.

Y que los condenados por la Iglesia a las llamas de dogmas y de espantos vuelvan a celebrar su mansedumbre y a seguir aportando sus mejillas.

Y que los perseguidos por estados que han hecho de la guerra un humanitario manifiesto, de la tortura un acto de piedad, del secuestro un benemérito destino, del crimen una razón de Estado, puedan agradecer desde sus huesos la ira con que no los enterraron.

Prohibida la violencia de la guerra sin paz, de la paz sin justicia, de la justicia sin equidad.

Hasta que restituida la paz en el mundo podamos descorchar, ya sin violencia, un brindis por la vida.