Cirque du Soleil, un espectáculo sin trampa ni cartón
Aquí no hay realidad virtual, no hay sofisticados efectos especiales; solo trabajo, sudor, valor... y arte. En «Kooza», el nuevo espectáculo de Cirque du Soleil, los equilibristas se juegan la vida, las contorsionistas se flexionan hasta lo imposible, los bailarines brincan como muelles, y los descarados payasos consiguen hacerte reir como cuando eras niño. Y todos juntos, te acaban por ofrecer un espectáculo que, sin duda, es arte sobre el escenario.
Gotzon ARANBURU
Mientras se va llenando el Grand Chapiteau blanco montado por Cirque du Soleil en la Casa de Campo madrileña, los payasos recorren las filas de asientos bromeando con los espectadores, besándolos o barriéndoles la calva, distinción que reciben las testas de varios de los periodistas invitados al evento, el firmante incluido. Todo un honor, de la mano (de la escoba, mejor dicho) de Ron Campbell, el Rey, uno de los ocho personajes centrales del espectáculo, junto al Trickster, el Inocente, el Carterista, el Heimloss, el Perro Malo y sus dos compañeros payasos. Ellos constituyen el hilo conductor de «Kooza», que desde su estreno en 2007 ha cautivado a más de cuatro millones de espectadores en Norteamérica y Japón; la gira europea comenzó en Londres el pasado enero, desde el 1 de marzo está en Madrid y a Bilbo llegará el 16 de mayo.
Acabados los avisos por megafonía -«móviles en modo silencio, prohibido hacer fotos»- las luces se apagan y empieza a tronar la música, para dar paso sobre el escenario a la apabullante entrada del Bataclan, una torre móvil decorada al estilo hindú que trasladará a los artistas de un punto a otro de la pista, y en cuyo piso superior se encuentra la orquesta. Por cierto, estos músicos son las primeras víctimas de las pullas de los payasos, que les dedican un sonoro corte de mangas por su «deficiente» interpretación.
Para abrir boca, las contorsionistas -comentarios de «yo intento hacer eso y me rompo» entre los periodistas- y la pareja del monociclo, que realiza toda una exhibición de fuerza física y coordinación sobre la rueda única, que gira sin parar sobre los once metros de diámetro de la pista. Nueva entrada de los clown, que sacan a la pista a una voluntaria que tiene que aporrearles; al principio la chica se corta un poco, pero pronto le coge gusto a zurrar a estos payasos que la provocan sin descanso.
Y llega la hora de los primeros «¡ay!» y «¡oh!» con los equilibristas del alambre. Se trata de tres hermanos madrileños, Ángel, Roberto y Vicente Quirós, quien junto a Flouber Sánchez corren, saltan, bailan y terminan por sentarse en una silla sostenida en dos bicicletas sobre la fina cuerda, a muchos metros sobre el suelo, no sin protagonizar algún resbalón que provoca gritos ahogados de angustia entre los espectadores más sensibles. Bien es verdad que abajo hay red; ellos han declarado que preferirían quitarla, pero Cirque du Soleil es estricto en este punto. Ganadores del Payaso de Oro del Festival de Montecarlo, los Quirós fueron fichados en 2007 por la compañía canadiense y son los tres únicos del Estado español en «Kooza».
Tras las emociones de los funambulistas, un descanso de media hora, que los técnicos del Cirque aprovechan para retirar máquinas y cables del escenario y hacer sitio a la reina de la noche, la Rueda de la Muerte, que ha permanecido oculta colgada en la penumbra de la parte trasera de la pista. Los fotógrafos dedican el intermedio a enviar a toda prisa a las agencias las imágenes tomadas en la primera parte del espectáculo. Apenas les da tiempo, pues los asientos se han vuelto a ocupar y los focos ya iluminan de lleno la Rueda.
La Rueda de la Muerte es una estructura metálica de 725 kilos de peso, con dos enormes ruedas en sus extremos. El conjunto gira a 40 kilómetros por hora impulsado por los dos artistas que saltan y dan vueltas sin parar en el interior y el exterior de las ruedas. Resulta difícil de explicar con palabras, pero es escalofriante ver cómo los colombianos Jimmy Ibarra y Ronald Solís salen despedidos como pelotas de la rueda y vuelven a caer sobre la misma, que no ha cesado de girar. El peligro es constante, y Jimmy Ibarra ya sabe lo que es caerse y romperse un montón de huesos, accidente que le tuvo año y medio de baja. Un compañero suyo, que se precipitó desde la rueda a nueve metros de altura, permaneció siete años en el dique seco.
David Shiner, el creador de «Kooza», que empezó su carrera como mimo en las calles de París, sabe cómo dosificar las emociones del público, y tras Wheel of Death relaja la tensión con un número de carterismo que provoca risas y aplausos de los espectadores, seguido de una espectacular actuación protagonizada por Irina Akimova, quien hace girar sincronizadamente siete aros en torno a su esbelto cuerpo.
Y de nuevo, la emoción. El equilibrista Yao Deng Bo, silencioso y concentrado, comienza a colocar una silla sobre otra y a subirse encima. Una, dos, tres... hasta ocho sillas, formando una torre de siete metros sobre la que se balancea y contorsiona, revelando una increíble forma física y control muscular. Desde la primera fila resulta incómodo mantener el cuello girado hacia arriba tanto tiempo, pero no hay forma de quitar los ojos del espectáculo.
Con Yao ya en tierra firme -apenas esboza una sonrisa ante la oleada de aplausos- llega la traca final, los saltadores sobre la palanca. Una docena de acróbatas, entre los que predominan los apellidos rusos, se turna para ofrecer un festival ininterrumpido de saltos, entre ellos los quíntuples mortales, con una traca final consistente en volar a nueve metros de altura con dos zancos metálicos atados a las piernas... y caer de pie.
Resulta difícil sustraerse al tópico, pero es que realmente «Kooza» mantiene al espectador con el corazón en un puño durante gran parte de la función. Aquí no ha habido ficción, ni tomas repetidas. Cada función es única, y puede salir mejor o peor, pero lo que vemos es auténtico, un derroche impresionante de fuerza, audacia y emoción. Lo comprobarán de primera mano los espectadores que se hagan con una entrada para Bilbo.
El nombre Kooza está inspirado en la palabra sánscrita koza, que significa caja, baúl o tesoro, y se eligió para simbolizar la idea de «un circo en una caja», según ha explicado su creador y director, David Shiner, quien añade: «`Kooza' versa sobre la conexión humana y el mundo de la dualidad, sobre lo que es bueno y lo que es malo». Para representar estos conceptos, Cirque du Soleil no ha reparado en gastos. Por ejemplo, en el apartado de vestuario, su creadora, Marie-Chantale Vaillancourt pone en el escenario más de 175 disfraces, algunos de ellos de endiablada complejidad, como la Capa de las Ratas, un traje que crea la ilusión óptica de que hay unas ratas corriendo por el cuerpo del artista. Este efecto, relativamente sencillo de conseguir en el cine, es muy difícil de lograr sobre un escenario real. Pues bien, después de muchos experimentos, la capa se confeccionó con 150 pieles sintéticas de rata, dotadas de ojos de cristal que captan la luz. Para los trajes de los Esqueletos, Marie-Chantale empleó elementos de percusión realizados con carbono moldeado, que tienen el mismo aspecto y suenan igual que los huesos cuando los artistas chocan entre sí. «Ha sido un reto fantástico, pero repleto de trampas. No quieres exagerar ni crear una caricatura, porque el objetivo es captar a un personaje», señala Vaillancourt.
Una última curiosidad, también relacionada con el vestuario. En el taller del Cirque se producen cada año cerca de 3.000 pares de zapatos, a la medida de cada artista. Y para fabricar los sombreros se utilizan moldes de yeso de sus cabezas.
Cirque du Soleil, una empresa que en la actualidad cuenta con más de 5.000 empleados en todo el mundo, nació en 1985 en Quebec (Canadá), donde un grupo de zancudos y malabaristas se unió bajo la dirección de Guy Laliberté y decidió crear un circo que viajara por todo el mundo. Cirque du Soleil empezó con 73 personas, pero su éxito inmediato hizo que el grupo creciera hasta llegar a sus actuales dimensiones. A pesar de que la crisis económica también le ha afectado, lo que ha conllevado algunos cientos de despidos, Cirque sigue siendo una gran empresa artística. Solo el año pasado, presentó veinte espectáculos distintos en todo el mundo, entre ellos «Dralion», «Quidam», «Michael Jackson the immortal», «Varekai» y «Kooza», el montaje que llegará a Bilbo. Ya son más de cuatro millones de espectadores los que ha tenido «Kooza», que ofreció su actuación número 1.000 en Santa Mónica, California, la 1.500 en Tokio, y la 2.000 en Texas, el año pasado. G.A.