El barrio bilbaino de Ibarrekolanda ha sido el último escenario de las trágicas expresiones de dolor y de angustia que muchos miles de ciudadanos están padeciendo. José, un hombre de 50 años, decidió ayer suicidarse al arrojarse desde la vivienda que tenía arrendada en un cuarto piso cuando la comitiva judicial iba a proceder al desahucio por impago de alquiler. Consumar el acto suicida supuso para él la forma última y testimonial de denunciar una injusticia y una impotencia, «pagando» con su vida contra una realidad que todos reconocen como inhumana.

El imparable empobrecimiento de la población ha llevado a las clases más pobres, más vulnerables, a una situación límite en la que algunos no ven otra salida que quitarse la vida. Hoy no faltarán las lágrimas de cocodrilo, las palabras sobre la insuficiencia de las medidas contra los desahucios y, a falta de soluciones urgentes, los llamamientos a parchear la situación y a buscar placebos para evitar encararla de raíz. Quienes bajo el paraguas de la «crisis» cubren la codicia del capital, los desahucios, el empobrecimiento extremo de la población... pueden ahorrarse sus lágrimas.