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Maitane Cuesta y Dorotea Saldaña Ongi Etorri y SOS Racismo-Araba

Burka

Las poblaciones de recepción de nuevas levas de seres humanos, siempre han sido refractarias a lo externo, a lo ajeno

La reciente sentencia del Tribunal Supremo dictada ante un recurso al efecto frente a la decisión administrativa del Ayuntamiento de Lleida que prohibía el uso de la prenda conocida como burka en la ciudad citada, aborda una cuestión muy debatida en las sociedades occidentales, en cuanto a los modelos de inserción social de la inmigración procedente de países cuyo respeto a los derechos humanos en general, y más en particular en lo que respecta a las mujeres, no solo es muy deficitario, sino que, incluso, vulneran gravemente la dignidad como seres humanos de las mismas. Los ejemplos son muy numerosos y en determinados casos, espectaculares.

Hay que tener en cuenta que en las sociedades de recepción tampoco se ha sido muy condescendiente con el tratamiento del respeto hacia esa otra mitad de la población, que son las mujeres. Razones sociales, culturales, religiosas, han sido los fundamentos de la exclusión social de las mujeres hasta el día de hoy, y lo siguen siendo en parte. Los crímenes casi cotidianos de mujeres sacrificadas a degüello por sus parejas en las versiones conocidas: de hecho, de derecho, convencionales, de pura convivencia, de relaciones de vecindad, de conveniencia, etc. están ahí, un día sí y otro también. Se contabilizan como un ranking del horror más injustificado. Las creencias religiosas propias no han sido ajenas al esquivamiento social y cultural de las mujeres, que sigue impreso en el subconsciente social con insistencia y, desgraciadamente, con voluntad de permanencia.

Sin embargo, lo ajeno, lo que no es común en el rular diario de nuestras sociedades, se antoja equivocado, cuando no discutible y combatido hasta el plano de las decisiones personales en el orden, siempre pasajero, de la indumentaria ocasional. Ordenanzas municipales que, en casi todas las ciudades, prohibían a los hombres ir en mangas de camisa los domingos y fiestas de guardar; prohibían los exabruptos producto del mal humor, bajo pena de sanción pecuniaria. No hay que ir muy lejos en el tiempo para comprobar esta realidad, que lo fue hasta ayer mismo, ante el hastío social dominante.

La orden del Sr. alcalde de Lleida -podría ser de cualquier otra ciudad o población- de prohibir el uso del burka en su demarcación municipal por personas con creencias y prácticas sociales ajenas a lo local y convencional viene a ser, a nuestro juicio, una actitud de brindar al viento. Nada más. Pantalón o falda... mini o txapela, modas de diseño o sacos de farfolla, velo negro de segadora, o burka oculta-caras no son más que rituales de carácter temporal, pasajero, que como las nubes de verano, se disipan en función del desarrollo evolutivo de las sociedades, incluidas sus costumbres y prácticas temporales. Las poblaciones de recepción de nuevas levas de seres humanos, siempre han sido refractarias a lo externo, a lo ajeno: desde el clásico «bárbaros» de los romanos para definir a aquellos habitantes y culturas extralimes imperial, hasta hoy mismo, se mantiene como común denominador el rechazo no razonado a lo extraño, aun en un mundo universalizado a golpe de Internet, Facebook y demás artilugios instrumentales de las mal llamadas sociedades tecnológicas, ya que tecnológicas lo han sido todas las sociedades humanas que nos han precedido, desde la invención de la técnica de hacer fuego hasta ser capaces de visualizar el universo profundo... hasta ahora.

Burka o no burka... pañoleta o velo... pantalón o falda... piercings o pendientes... pinta labios o cremas de arroz y residuos de excrecencias animales y vegetales. Depende de cómo lo enfrente usted porque, al fin y al cabo, nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal cultural con que se mira.

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