Mikel INSAUSTI

Zhang Yimou sigue siendo uno de los cineastas más personales del gigante asiático y un consumado maestro del melodrama, tal como ya demostró en su anterior «Amor bajo el espino blanco». Aunque su película está ambientada históricamente en la Masacre de Nanking, ocurrida a finales de 1937, lo mismo que «Ciudad de vida y muerte», es muy distinta de la trágica e impactante realización de Lu Chuan. «Las flores de la guerra» se mueve dentro de un registro más emotivo, en cuanto que busca la perspectiva esperanzadora del relato de supervivencia.

Una vez más Yimou vuelve a destacar como un gran director de actrices, más aún tratándose de una obra coral. Dentro del conjunto sobresale por su belleza y carisma Ni Ni, que es su nueva musa capaz de hacer olvidar a Gong Li o Zhang Ziyi. Ella encabeza al grupo de las prostitutas huidas del burdel, las cuales hallan refugio en la Iglesia católica donde resisten unas jóvenes novicias. Esta situación tan paradójica reúne bajo un mismo techo a mujeres en principio muy distanciadas entre sí, pero que terminarán haciendo causa común ante la amenaza del invasor japonés.

De esa solidaridad femenina nace una respuesta a la violencia sexista practicada por el ejército nipón, ya que las violaciones masivas fueron una de las armas utilizadas en sus planes de exterminio y conquista. Yimou preserva, mediante su característico lenguaje poético, el mundo interior de esas chicas frente al ataque externo de una guerra hecha por hombres embrutecidos. El soldado herido al que recogen apenas si es un niño, un campesino chino al que han puesto un fusil en su manos para defender la ciudad. De su lado también está el único occidental neutral presente, un encargado de pompas fúnebres que se hace pasar por el sacerdote que vino a enterrar. Un papel entrañable en el que sorprende Christian Bale, evidenciando que posee talento para la interpretación con toques desdramatizadores, y no es fácil poner una nota de humor en medio del caos.

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