CRíTICA teatro
Contubernio del cochinillo
Carlos GIL
Está claro que una sociedad debe contarse a sí misma, para reconocerse, para explicarse, para no desnortarse. Y el escenario es un lugar privilegiado para ello. La Transición española es un buen tema, pero si el relato, como indican sus responsables, no quiere ser ni documental, ni biográfico, ni panfleto, ni obra de tesis, le queda solamente una posibilidad, contribuir a la leyenda. O a la mixtificación. Una alternativa puede ser construir un relato en donde lo que no se conoce desde la historia periodística, las lagunas, los secretos a voces o rumores, den ocasión al juego escénico, a la libertad para crear una posibilidad de mostrar lo que pudo haber sucedido.
Lo que sucedió, lo sabemos. Es su interpretación lo que está en cuestión o en contradicción. Su valoración política. Y uno, como conclusión final de la peripecia de los personajes, de lo que se nos ofrece, es que no han querido alterar la versión oficial, y parecen apoyarse en la idea de que esa supuesta modélica transición, fue una cuestión de Adolfo Suárez y de Juan Carlos de Borbón que se pactó en Segovia, se imagina uno en un contubernio comiéndose un buen cochinillo.
Esta sensación se reafirma al utilizar una banda sonora, una memoria sentimental, a base de canciones y anuncios televisivos que nos cortocircuitan el discurso escénico. Porque los dos autores proponen una situación dramatúrgica que de entrada es sugerente, pero que se van enredando de tal manera que crea una confusión casi irresoluble. Y que al ser también dos directores, hay escenas en donde parecen entrar en contradicción de estilo y hasta de estética. En medio de este conflicto de lenguajes escénicos, los intérpretes deben luchar con personajes muy reconocibles, pero que a la vez deben camuflarse en la trama, lo que tampoco contribuyen a la luz, aunque demuestren que tienen la ductilidad suficiente para irse transformando casi a la vista.
La escenografía, la luz, el vestuario, buscan un marco neutro, donde se pueda pasar casi de inmediato de una plató de televisión, a un hospital o un espacio institucional. Hay una concentración de talento, de ideas, de intenciones que no parecen sumarse, sino funcionar autónomamente, y por ello la impresión final es de que no se ha alterado nada del discurso oficial. Que nos falta algo más. Y que la memoria musical es muy comercial, circunstancial y tangencial. La transición, qué buen tema.