Crónica | Prudencia en Kandil ante el comunicado de Oçalan
«El año pasado había menos gente por miedo a las bombas. Quizás porque se habla de paz»
Siete de la mañana. Llegado desde Zangezur -Kurdistán Sur- Mohamed Abdi desplegaba una alfombra y cinco cojines sobre la que se disponía a celebrar el Newroz, el año nuevo persa y kurdo- junto con su mujer y sus cuatro hijos.
Karlos ZURUTUZA
Los Abdi no eran los únicos que habían madrugado. Ya a las seis de la mañana, una centena de guerrilleros del PKK sudaba gestionando el tráfico de miles de kurdos en cientos de furgonetas y minibuses que serpenteaban por la carretera hacia Kandil. Aparentemente, nadie quería perderse uno de los festivales de Newroz más especiales tanto por su localización, en el bastión de montaña del maquis kurdo, como por la esperado mensaje de Abdullah Oçalan. Sus detalles no se conocerían hasta siete horas más tarde.
El escenario sobre el que se encadenaban actuaciones musicales, discursos, e incluso pequeñas representaciones teatrales atraía gran parte de la atención. Sobre el tablado, las imágenes de los mártires del PKK, incluidas las tres activistas kurdas asesinadas en París en enero de este año, perdían su vista en las cumbres aún nevadas, justo sobre los miles de cabezas que se agitaban al son de la música intercalada entre discursos y declaraciones.
A su alrededor la actividad era igualmente febril: se sacaban fotos de grupo junto a enormes retratos del líder kurdo y se vendían desde churros y kebab hasta libros escritos por y/o sobre el líder kurdo encarcelado en la isla prisión de Imrali, en el mar de Mármara. Y, por supuesto se aprovechaba para saludar a amigos y familiares a los que no se había visto hacía tiempo.
Era el caso de Gulistan. Llegada con su familia desde Wan -Kurdistán Norte- abrazaba a Ercan, su hermano menor, por primera vez desde que éste se unió a la guerrilla hace cuatro años.
«Cuando se fue todavía no se afeitaba y hoy me ha pinchado al besarme. Ya es todo un hombre», reía esta kurda tras dar el turno de saludo a sus padres.
«Tenemos siete miembros de la familia en la guerrilla, estamos muy orgullosos de ellos», apuntaba Muhamed, el padre de esta familia de profundos ojos azules.
Tres kurdos guardaban turno para retratarse junto al agasajado, un requerimiento al que los civiles sometían hasta el hastío a casi cada uno de los guerrilleros encargados del festival.
«Hemos venido de Hawler -capital de Kurdistán Sur- para celebrar el Newroz junto con nuestros hermanos del norte», decía Nashuan. «El PKK es un ejemplo para todos nosotros», añadía entusiasmado.
La antigua división entre los kurdos del norte y el sur parecía diluirse. Las banderas estrelladas del PKK se mezclaban con las amarillas del PDK -Partido Democrático de Kurdistán- y las verdes del PUK- Unión Patriótica de Kurdistán-. Y no eran pocos los que lucían enseñas de las dos principales coaliciones de Kurdistán Sur junto con otras que lucían el retrato de Oçalan.
«El PKK nos recuerda lo que éramos hace apenas veinte años. En realidad, ver a estos muchachos en la montaña nos provoca cierto sentimiento de nostalgia». decía Ayub, taxista en Suleimania, Kurdistán Sur.
No todos son tan jóvenes. 15 años en las montañas han empezado a combar la silueta Saharestan, una kurda de Afrin -Kurdistán Oeste-.
Precisamente, a las dos en punto se leía el mensaje que podía dar un golpe de timón a la vida de esta veterana guerrillera. Saharestan y el resto de sus camaradas podrían replegarse definitivamente en un plazo de cuatro meses.
Pero la kurda no las tenía todas consigo: «Todos debemos dar pasos hacia la paz, no solo nosotros. Además, la paz entre turcos y kurdos pasa por la liberación de Apo», decía Saharestan con su fusil al hombro.
La prudencia parecía ser la tónica constante entre los guerrilleros.
«No podemos pronunciarnos en ningún sentido hasta que hayamos examinado en profundidad el comunicado», explicaba a GARA Roj Welat, responsable de comunicación del PKK desde una tienda de campaña anexa al escenario.
«Es evidente que la política turca en Oriente Medio ha fracasado, y eso en un tiempo en el que vivimos unas revueltas que están sacudiendo toda la región», apuntaba Welat. «Estos dos factores, y no otros, son los que pueden acelerar el proceso de paz».