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Lo que descubre Chipre

Antonio ALVAREZ-SOLÍS
Periodista

El drama chipriota ha servido para dejar al descubierto la débil consistencia de la Europa imperial, de impronta alemana sobre todo. Los chipriotas han dicho un «no» severo a las serviles posturas que les demandaba radicalmente la Unión Europea. Frente a la poderosa Europa, la nación chipriota ha desdeñado muchas imperiosas directrices y exige un trato más digno, más igualitario. No admite una rendición sin condiciones. Su postura es difícil, pero la reacción de Nicosia ha puesto una valiosa marca en la historia actual. Y ahí es donde aparece la debilidad del gigante europeo con pies de barro. La Sra. Merkel ha llegado a la tosca amenaza al presentar una troika enfurecida ante un primer desafío frontal. Porque la reacción soberana de Chipre ha constituido un gesto que ha agavillado a sus instituciones políticas y su calle; incluso ha dado a la iglesia ortodoxa una ocasión para entrar cívicamente en la batalla nacional. Y ahí es donde la poderosa Europa ha mostrado su temor a un resquebrajamiento de la unidad europea, a una catástrofe del arma poderosa que quiere ser el euro en manos de la minoría financiera. Es decir, Europa necesita que Chipre, el pequeño Chipre, no la acometa, porque Europa no podría resistir su aldabonazo sin poner en peligro esa apariencia de solidez que en el fondo no existe. Chipre siempre podría salir a flote como pueblo unido, pero Europa no regresaría del naufragio. Ahora aflora el miedo de los poderosos, que puede ser cruel en la respuesta, ya que no hay peor miedo que el que oculta el poder carente de verdadera grandeza moral. Chipre no acepta, como diría Mao Tsetung, que le obliguen a recortarse los pies para caber en los zapatos, que esa es la verdadera política de la Unión respecto a sus pueblos explotados ¿Es así o no es así, Sr. Rajoy?

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