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Iker Casanova Alonso | Escritor

Urkullu, Rajoy... Reagan

La presentación de los presupuestos de la CAV y el posterior anuncio del supuesto plan de empleo del Gobierno vascongado son el penúltimo episodio del espectáculo de impotencia e incompetencia que el PNV está ofreciendo desde que accedió a Ajuria Enea. Acierta Urkullu cuando afirma que este es el peor año de la crisis. Pero yerra de pleno cuando dice que el año que viene será mejor. El año que viene será peor que este. Entre otras cosas por los presupuestos de su Gobierno, si es que logra sacarlos adelante.

Los presupuestos de Urkullu, es ya sabido, contemplan un recorte general del gasto del 10%, afectando incluso a las partidas más sensibles (educación, sanidad, empleo...). No hay línea roja que no se haya cruzado en nombre de la «austeridad». El efecto general de estos presupuestos será la pérdida de miles de puestos de trabajo en la Administración y una profundización de la depresión económica, consecuencia del bajón en la actividad provocado por la restricción del gasto público. La ausencia de planes reales de apoyo a los sectores productivos augura un progresivo empeoramiento de la situación. La Administración de Urkullu da la espalda a cualquier amago de inversión estratégica. Y cuando hablamos de inversión estratégica no nos referimos a puertos, carreteras, incineradoras o trenes de alta velocidad sin sentido, sino a las apuestas necesarias para avanzar hacia el nuevo modelo productivo que necesita este país. Las infraestructuras que necesitamos son infraestructuras para el conocimiento y la calidad de vida. Urge un cambio de política económica a corto plazo y de modelo productivo a medio y largo plazo.

Pero Urkullu está en otra onda. El proyecto de presupuestos del PNV parte de la premisa de que el Estado no tiene un papel activo como agente económico. Asumiendo las más puras concepciones del liberalismo, el PNV defiende que es únicamente el sector privado, representado por la gran patronal, el que genera dinamismo económico y al sector público solo le corresponde una función subordinada. Los responsables económicos del Gobierno vascongado hablan de la crisis como de un factor externo, una inclemencia meteorológica, y sólo anuncian una mejora cuando la crisis pase, como si hacerle frente estuviera fuera del alcance de sus competencias. Quizás esté fuera del alcance de sus capacidades, pero no de sus competencias. La crisis no es culpa de Urkullu, pero sí ha sido generada por personas que tenían las mismas ideas económicas que él. Los presupuestos reflejan una actitud ante la economía que promueve la inhibición total del Estado, recuperando aquella frase que le escribieron a Reagan y que supuso el lema fundacional del neoliberalismo: «El Estado no es la solución, el Estado es el problema». No es extraño que en los últimos tiempos el PNV encuentre como socio preferente al PP (presupuestos, Kutxabank...). Su política económica es la misma. Si Urkullu, Azkuna, José Luis Bilbao, Ortuzar... hubieran nacido unos kilómetros más al oeste, hoy serían orgullosos miembros del PP.

Aunque, dada la situación de opresión que padece Euskal Herria, carecemos de los instrumentos clave para propiciar un cambio en profundidad, se puede hacer otra política económica, también a corto plazo. Se puede realizar un presupuesto expansivo que incremente el gasto público, generando empleo y poniendo las bases para una economía social, verde y tecnológica. Hay opciones reales y suficientes para obtener los recursos para ello. En primer lugar se puede elevar el techo de endeudamiento impuesto por Madrid y renegociar el Cupo, liberando fondos para la inversión. También es necesaria una amplia reforma fiscal progresiva, la moratoria del TAV y una reestructuración administrativa que evite duplicidades y gastos superfluos. Todo ello permitiría no sólo no recortar, sino ampliar el gasto y crear una serie de ambiciosos planes de empleo y de inversión de futuro, de financiación a las pymes, modernización industrial e I+D+i. En vez de todo ello, la dirección del PNV, atrapada por su soberbia y su ideología liberal, está paralizada. No es aceptable decir que estamos en una situación crítica y recortar el presupuesto un 10% al tiempo que se presenta un falso plan de empleo dotado con ¡30 millones de euros! (el resto de los famosos 280 millones anunciados por Urkullu corresponde a partidas ordinarias presentadas de forma conjunta, como si fueran una aportación extra).

Desde que se empezó a hablar, allá por mayo del año pasado, de la inminencia de las elecciones, todo el mundo sabía que el primer gran reto del nuevo Gobierno iba a ser elaborar los presupuestos. Tiempo ha tenido el PNV para diseñar sus propuestas, buscar acuerdos y tomar medidas de todo tipo antes de llegar a marzo de 2013, presentar este ataque a la economía y a las trabajadoras y encogerse de hombros diciendo que no se podía hacer otra cosa. Quizás ellos no sepan hacer otra cosa. La credibilidad del PNV se desploma. La imagen de buen gestor labrada con una intensa labor de marketing durante los años de las burbujas hace aguas ahora que llegan las vacas flacas. Nada nuevo, por cierto, para quien siga el rastro de desolación económica que el PNV ha dejado en muchas de las instituciones que ha gobernado en los últimos tiempos. En Gipuzkoa, Bidegi y Kutxa son dos enormes muestras de su nefasta gestión. En Bizkaia, además de la grandiosa deuda de la diputación y las empresas forales, los ayuntamientos llevados a la bancarrota por los jelkides se extienden por todo el territorio, de Urduña a Bermeo, de Alonsotegi a Bakio... Es curioso que en muchos casos sean «los de la pancarta» los que estén dando la vuelta a estos desaguisados, saneando unas cuentas que han recibido envenenadas y demostrando que otra política económica da frutos.

El Estado español no está en crisis, sino en transición. Una crisis se define por su carácter temporal, mientras que ahora hacemos frente al paso estructural del Estado español desde una posición semicentral a la periferia del sistema económico global. Los países del centro europeo, acosados a su vez por nuevos competidores, han decidido soltar lastre. A España le han encomendado desmantelar el sistema de protección social para pagar la deuda, producir con mano de obra barata de baja cualificación (la más formada ya se la están llevando ellos) y fomentar el turismo de sol, playa y casinos. La política de competitividad mediante la llamada «devaluación interna», abaratamiento de los costes mediante el hundimiento de los salarios, viene complementada por la reforma laboral que permite imponer esta bajada de sueldos mediante el chantaje del despido, la deslocalización o el ERE. La élite local, lógicamente, será premiada por su participación en la imposición de esta transformación, por lo que la desigualdad en el reparto de la renta crecerá exponencialmente (ya está sucediendo). Pobres y multimillonarios, típica estructura de economía periférica.

Grecia, primera víctima de estas políticas, se ha caído ya formalmente de la lista de los países desarrollados según algunos parámetros de cálculo, convirtiéndose técnicamente en un «país emergente», al igual que Rusia o Brasil. Solo que Grecia emerge hacia abajo. El proyecto está dando sus frutos también en España. En términos de PIB per cápita, el Estado español ya está en los niveles de 2002 y bajando. La pobreza se dispara. En enero el coche más vendido en el Estado español fue el Dacia Sandero, un coche low cost diseñado por Renault... para países emergentes. Ese es el escenario para el que trabajan la patronal y los gobiernos de Rajoy, Barcina y Urkullu. Mientras tanto, el PP aprovecha el shock para imponer una contrarreforma centralista y autoritaria del Estado. Lo suyo es la escuela de Chicago en su doble vertiente de Milton Friedman y Al Capone.

Ese es el camino que llevamos también en Euskal Herria si no le ponemos remedio. La pertenencia a España es un handicap para el tejido productivo vasco y un castigo para la mayoría trabajadora. Las políticas injustas y erróneas que Madrid impone son contraproducentes para nuestro país. La pertenencia al Estado español nos priva de los instrumentos políticos y económicos que necesitamos para hacer frente a una situación dramática y nos embarca a la fuerza en el viaje hacia el subdesarrollo económico. Es necesario reaccionar ya y empezar a trabajar en el corto plazo por unas nuevas políticas económicas y en el medio por una recuperación de soberanía que nos permita diseñar nuestro futuro libremente, también en el ámbito económico. Mientras tanto, Urkullu tratando de mimar al PP y a UPyD y pensando en que, si eso falla, llegará la hora del acuerdo con el PSOE.

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