ENSAYO
La huella árabe en filosofía
Iñaki URDANIBIA
Decía Kolakowski que la filosofía tal vez fuese un signo de la neurosis del género humano, y es que sí que resulta, cuando menos, curioso que desde el siglo V a.C., por no retrotraernos más, la filosofía -como afirmase Whitehead- sea Platón con notas a pie de página; este quehacer es una constante humana, como si se pegase cual tela de araña. Dichos humanos, digamos occidentales, no han dejado de dar vueltas a universales como el lenguaje, la naturaleza o el amor e intentar conocer, controlar y dominar lo que les rodea y, como seres dotados de lenguaje, van más allá de los límites de la naturaleza. Es decir, que el pensamiento y el correspondiente lenguaje no se ciñen a lo empírico, sino que van más allá, a lo que está más allá de la física... sin olvidar que junto a la definición de la filosofía, en su etimología, como amor a la sabiduría, siempre ha tratado esta de hallar la felicidad, de tratar de que el mundo no raspe en exceso a los humanos, en busca del ideal del sabio, tan caro a los filósofos post-aristotélicos, los helénicos (estoicos, epicúreos, cínicos, etcétera).
Mucho se ha hablado de esta disciplina, nacida en Grecia, como un meta-saber que está por encima de los saberes parciales y concretos; es como si fuese una visión/ árbol que engloba a las distintas ramas; como si el pensamiento fuese monopolio de los filósofos y como si los físicos y matemáticos no pensasen. Conste que quien afirma lo anterior -dicho sea al pasar- ha vivido como «Sócrates funcionario» unos cuanto años de su vida laboral. A este espíritu megalómano algunos añaden dosis sobradas de patrimonialización, convirtiendo tal actividad en exclusiva europea pura.
El traductor e introductor del texto, Rafael Ramón Guerrero, subraya el papel transmisor de los pensadores islámicos y judíos, que constan en el texto presentado, enfrentado a ciertas posturas islamofóbicas, apoyadas con gran pompa mediática de Pirineos arriba, que vendían la copla de que Europa y su pensamiento filosófico no debían nada a la civilización islámica, ya que esta era incapaz de aprehender las sutilezas de los pensamientos de los fundadores griegos, uno de los orgullos y señas de identidad de los europeos.
Caso, el criticado por Rafael Ramón Guerrero, que muestra que hasta en los terrenos supuestamente más rigurosos, y neutros (?), se cuelan las visiones racistas o etnocentristas que mantienen sin sonrojarse que la capacidad propia está por encima de la de otros lares... y así el «milagro griego» y la propia visión es lo superior, y, por ejemplo, los números los inventó un rubiales que hablaba, seguramente, una de las lenguas europeas.
El texto de Gil de Roma contra los filósofos está realizada desde la óptica cristiana. Ya el padre de la Iglesia, Agustín de Hipona, trataba de combinar la fe con la razón, ya que afirmaba que la segunda sin la primera era ciega y al final no era sino pura soberbia (como en tiempos más reciente han mantenido dos santos padres que viven en Roma: Benedicto XVI y su antecesor en el Vaticano). En esta línea teocéntrica medieval se mueve este religioso tomista que allá a finales del siglo XIII trataba de poner orden en el mundo del pensamiento. En tal onda repasa las filosofías de los más célebres pensadores medievales que fueron a través de los que se transmitieron muchos de los textos filosóficos de la antigüedad en especial de Aristóteles. Junto al Estargirita critica a Avicena, Averroes, Algazel, Alkindi y Maimónides, señalando aquellos puntos en los que estos contradicen los postulados religiosos de los seguidores de Cristo: la auto-generación, la eternidad temporal, el movimiento originario y perpetuo... y otras afirmaciones que anulan los postulados creacionistas y se mueven en el plano de la inmanencia.
Obra singular y de gran interés para conocer aspectos de la filosofía medieval, con pertinentes lecciones del presentador de esta.