Koldo CAMPOS Escritor
La lluvia y la Semana Santa
Ignoro por qué en vez de regalarle a la virgen tanto florido mantón no se le dona un impermeable o, simplemente, se acepta la lluvia como penitencia, que la comitiva de nazarenos, fariseos, palmeros, flagelados y soldados romanos bien puede empaparse una vez al año de meas culpas.
Como consuelo, es fama que debajo de los pasos corre el aguardiente tanto como corre la cera por las calles y que, al fin y al cabo, también llovía en el Calvario. Los ruegos a Dios por que cese la lluvia y las procesiones salgan a la calle temo que Dios no va a atenderlos. Lo ha dicho la Meteorología, una suerte de ciencia que, según parece, cada vez sabe más del tema.
Tan acostumbrados como algunos están a encontrar en el buen tiempo pruebas de la voluntad divina, no entiendo por qué no se les ocurre considerar, igualmente, como su señal los aguaceros en estos días. Y es que tantas húmedas circunstancias hasta podrían ser indicio de que Dios, finalmente, se ha cansado de que se tome su nombre en vano y apela al sabotaje del agua como forma de expresar su indignación.
Esa divina lluvia podría sugerir que Dios no quiere penitentes descalzos ni envenenadas saetas, que no acepta que se suban los precios de sillas y palcos o la sobreventa de balcones, que Dios ya está aburrido de tanta mojiganga y cofradía, de tanto capirote, de tanta hipocresía, de tanta vela en tan ajeno entierro, y de que se siga perpetuando la pasión de su hijo como turístico reclamo de vulgares mercaderes.
Esta Semana Santa va a llover. Lo ha dicho la Meteorología, o lo que es lo mismo... Dios.