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CRíTICA: «La huésped»

La tierra es violencia, la tierra es amor

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He creído reconocer la mano de Andrew Niccol detrás de «La huésped», por más que exista un gran escepticismo sobre las posibilidades de que un cineasta, por muy personal que sea, logre sobrevivir a este tipo de encargos envenenados. Las franquicias fantásticas para adolescentes han acabado en casos bien recientes con Bill Condon o Richard LaGrevenese. Quiero pensar que con el neozelandés no ha ocurrido lo mismo, ya que su palpable esfuerzo por hacer ciencia-ficción con el infumable texto de Stephenie Meyer sitúa su película por encima del adocenamiento de la saga «Crepúsculo», aunque el precio a pagar resulta excesivo.

El visionario autor de «El show de Truman» y «Gattaca» consigue dar una apariencia genérica a la novela original, lo cual no es poco, viniendo de donde viene. Ahora bien, no puede prescindir de lo que es esencial en el libro, y que sirve también para vender la película: el obligado triangulo amoroso entre púberes marca de la casa Meyer. Y en esta nueva franquicia todavía menos, ya que la chica se desdobla en dos entidades (humana y alienígena), con lo que en propiedad habría que hablar de cuarteto. Con un recurso así de guión sólo cabe el tratamiento de comedia romántica, no muy alejado del que Steve Martin interpretó para Carl Reiner en «Dos veces yo». Cierto es que en el fantástico está la socorrida referencia del Gollum de «El señor de los anillos» y «El hobbit», pero aquí no hay ningún monstruo, ya que se supone que tanto el cuerpo de la joven protagonista como el alma que lo ocupa han de representar la belleza, la pureza y todas las virtudes del amor humano de pretendida naturaleza espiritual.

De ello, Andrew Niccol extrae una concepción metafísica que reviste de estética New Age. Defiende la dualidad de las personas de la tierra, en cuanto albergan sentimientos encontrados de violencia y de paz. La agresividad innata acaba siendo irrenunciable, con apologíadel suicidio incluida, porque forma parte de nuestro ADN. La libertad está por encima de todo, y por ella se llega a matar.

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