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Desde la grada

Oier encarna el espíritu rojillo

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Natxo MATXIN

Sorpresivamente, Mendilibar lo dejó en el banquillo, pese a que había sido el que más peligro había llevado a la meta contraria en el bache de las tres recientes derrotas consecutivas. Como le ha ocurrido en otras ocasiones, a Oier su polivalencia le castigó de inicio... y le acabó de premiar al final.

Chico para todo, Mendilibar vio un soberano hueco en el lateral zurdo -Damià no está nada bien en los últimos tiempos- y ahí que envió al lizartarra tras el paso por vestuarios para taponar el pasillo que Ebert y Rukavina estaban recorriendo una vez y otra ambos sin encontrar apenas oposición.

Lejos de saltar desairado por su suplencia, el canterano refrendó su enorme profesionalidad y querencia a unos colores. Se acomodó sin alardes a la nueva tarea encomendada y cumplió a las mil maravillas. Lo mismo vale para un roto que para un descosido, para rematar junto al área rival o para anular al jugador más determinante de la escuadra rival. Es, en definitiva, el espíritu rojillo y el estandarte futuro del vestuario encarnado.

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