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José Miguel Arrugaeta | Historiador

El rapto de Europa

El lenguaje, desde su nacimiento, nunca ha sido inocente y aparte de su natural función comunicadora también sirve para manipular, engañar y controlar. Un gran capital especulativo internacional se empeña en convencernos de que «rescatan» a Europa cuando en realidad la están raptando, y además esperan que nos apliquemos el «Síndrome de Estocolmo» y mostremos agradecimiento a estos secuestradores de cuello blanco y sus cómplices.

La idea de una Europa unida, equilibrada e integrada que nos han vendido como el «gran« avance desde el final de la II Guerra Mundial es una quimera. Un breve repaso a la geopolítica continental muestra con meridiana claridad la imagen de una envejecida e indigna Europa cuyo espíritu sigue siendo parecido al que ha certificado la historia desde aquellos tiempos, que hoy pueden parecer lejanos, del surgimiento del capitalismo moderno en Inglaterra.

Un selecto grupo de cuatro potencias (Alemania, Gran Bretaña, Francia y Rusia aunque no pertenezca a la CEE) siguen siendo dominantes y determinantes, mientras que en la segunda división, con antiguas y siempre fallidas expectativas de ascender, un conjunto de estados aparentemente respetables por su extensión, situación y población (Italia, España, Polonia y la siempre excluida Turquía), bailan al son de sus cambiantes alianzas con los grandes, mientras que muy por detrás se sitúan los equipos de tercera y regional, un conjunto de medianos y pequeños países que no pintan casi nada y deben esforzarse para defender lo mejor que pueden sus necesidades nacionales colocándose a la oportuna sombra de los que realmente mandan.

La vigencia de una Europa de potencias, oligarquías y burocracias, en contraste con otra Europa deseable, pero bastante lejana, de pueblos y ciudadanos, es una triste constatación, y esta idea es básica para entender cabalmente la dinámica imperante en el viejo continente.

Sin embargo, en este mundo globalizado contar únicamente con los intereses de países, estados o gobiernos hace tiempo que no es ya suficiente para comprender tendencias, acontecimientos y decisiones que nos afectan directamente, pues el gran capital financiero ha conseguido un nivel de concentración, internacionalización y centralización nunca imaginado, y su poder sobrepasa con creces los límites de las estructuras políticas clásicas, que se han ido convirtiendo cada vez más en «la voz de su amo», como aquel emblema del perrito de los primeros discos de vinilo.

Los verdaderos secuestradores de Europa son grandes grupos financieros y prestamistas que se empeñan en que les paguemos religiosamente intereses insaciables por sus capitales de papel, sin importar las consecuencias. A manera de poderosos y voraces vampiros están empeñados en vivir y engordar chupando nuestra sangre mientras aguantemos.

Las políticas económicas que nos aplican indistintamente la troika, la Comisión Europea, el Banco Central Europeo, el FMI, el Banco Mundial y nuestros gobiernos de turno son puro terrorismo social, y uso el término con plena propiedad. Su catecismo neoliberal, lleno de términos supuestamente técnicos y neutros, es de fácil traducción: todos seremos maltratados como griegos o humillados como chipriotas. Los siguientes en esta lista creciente serán Italia, Irlanda, Portugal o el Estado español (que tiene, por ejemplo, una deuda diez veces mayor que la de Grecia).

Su prepotencia es tal que incluso en medio de la debacle se dan el lujo de predicar sin seguir el ejemplo ni guardar apariencias. Estas castas de políticos, funcionarios, banqueros y demás delincuentes (que se autodenominan como la crema y nata de la sociedad) nos exigen esfuerzos y sacrificios, mientras se llenan los bolsillos por cualquier medio y trasladan sus ganancias a paraísos fiscales que todo el mundo conoce. Simultáneamente, al resto del personal nos reducen los salarios y las pensiones, nos niegan el trabajo y el crédito, tiran de subirnos impuestos, precios y tasas, malvenden los bienes colectivos y colocan los servicios públicos al borde del colapso.

Llamar a esto «rescate» es una perversión lingüística. Están secuestrando literalmente nuestros presentes y nuestros futuros, y pretenden que les paguemos el precio del delito y además les demos las gracias por su «desinteresada» ayuda.

Ejemplos de la realidad que les describo es lo que sobran, y realmente leer la letra pequeña de algunas noticias resulta esclarecedor y pedagógico. No quiero abrumarlos con datos y curiosidades, pues con los más recientes casos de «corrupción» sería ya suficiente, pero para ejemplificar un poco más de cerca lo que quiero trasmitirles les comento que no hace mucho el presidente de una de la más importante multinacional española, tras mostrar, como es lógico, su firme apoyo a la política económica del PP, afirmaba rotundo que «España comienza a recuperar su atractivo como destino de inversión», y para demostrar en la práctica lo «atractiva» que resulta España, anunciaba que no piensan invertir ni un duro (de los 12.300 millones de euros previstos) en el Estado español. Por cierto que este mismo señor «solo» gana siete millones de euros anuales, sin duda toda una muestra de solidaridad en tiempos de crisis.

Sin viajar mucho encuentro en un espacio de prensa, casi escondido, parece hasta clandestino, que un ciudadano, también español, ha escalado dos puestos en el ranking de multimillonarios para colocarse de tercero a nivel mundial. En apenas doce meses, este señor ha ingresado en sus arcas 15.000 millones de dólares de beneficios (ya ven que «la roja» no es precisamente la que más partidos gana). Yo me pregunto, de manera para nada inocente, si el citado personaje (con una fortuna estimada de 57.000 millones de dólares) paga impuestos, y dónde, pero ya saben que los listados de Hacienda son secretos. Sinceramente, no me imagino por qué.

Pero estos ejemplos de supremo cinismo (haz lo que yo digo y no lo que hago), lo mismo que la corrupción, solo son síntomas. Lo más preocupante en realidad es que si uno analiza y piensa con un mínimo de lucidez la filosofía económica que nos están aplicando saca la conclusión de que son unos perfectos irresponsables. Su plan parece ser que no haya ningún plan. Sus acciones, hasta el momento, se limitan a extorsionarnos, sus medidas no nos conducen a ninguna salida que no sea una agonía por etapas.

En este escenario borrascoso que Europa, como espacio y proyecto real, recupere la vitalidad económica y social, su capacidad creativa y de innovación, rejuvenezca su población o que nuestros descendientes tengan expectativas y motivos para construir su vida en su entorno natural y no tengan que emigrar resultan sencillamente objetivos inalcanzables.

Por lo tanto, aquí y ahora, lo que a todas luces resulta urgente, imprescindible y casi mera cuestión de supervivencia es cambiar el escenario e intentar construir colectivamente un mapa de salida, algo parecido a lo que decidieron en la pequeña y ejemplar Islandia con notable éxito, apoyándose en las mayorías y ejercitando su independencia.

Ante este «secuestro» que les he descrito someramente, la única opción es luchar y defender nuestros intereses y los de nuestros hijos. Y quiero insistir en lo de «nuestros» intereses, para no seguir asumiendo los de un gran capital que nos explota y nos menosprecia.

No hay otra que empeñarnos en construir alternativas desde abajo hacia arriba, buscar puntos de encuentro sólidos, entre muchos, conspirar en el mejor sentido, rebelarnos, tejer relaciones y alianzas, en nuestra casa y más allá de nuestros montes. El futuro cercano, o lo construimos y armamos sumando muchas voluntades y aspiraciones, o si no tendremos que resignarnos a que esta mafia avariciosa y corrupta siga extorsionándonos por los tiempos de los tiempos, amén.

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