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Raimundo Fitero

Desmayos

 

No tiene comparación el desmayo en la sala donde era juzgado «El Solitario», al espectáculo con desvanecimiento fingido de Isabel Pantoja a la salida del juzgado después de conocer su sentencia y de ser recibida por numerosos periodistas. Es mucho mejor lo del atracador de bancos, que el de la cómplice del atraco de los fondos del Ayuntamiento de Marbella. Ni comparación. La diferencia está en que a la Pantoja y todo el trío de las bolsas de basuras nos lo sacan por la televisión con un rango que no se merece. Y hablo de los informativos, porque el que salgan en «Sálvame» y sucedáneos de la tele estatal controlada por el aparato de intoxicación del PP, es lo suyo.

Las imágenes de los paseíllos de famosos, políticos y trincadores diversos camino de los juzgados vuelven a estar de moda. Han cambiado algunas formas. Las defensas y los asesores de imagen conocen el terreno bien, saben dónde se colocan las cámaras, cómo vestirse, qué actitud tomar, aleccionan a los protagonistas con respuestas preconcebidas sean las preguntas que sean las que se les hace. Algunos definen estas citaciones como «condena de telediario», y se quiere decir que simplemente con la imputación y comparecencia ya se produce un deterioro de la imagen del sujeto que es muy difícil superar aunque posteriormente salga absuelto.

Si se mira con detenimiento el escrito de la defensa de la señora de Iñaki Urdangarin, además de excederse en el lenguaje para anular al juez al que llama nada menos que inquisidor, lo que intenta señalar es que ya la imputación es grave para una infanta, pero que si debe hacer el recorrido habitual, acaba con parte de la mentira borbónica definitivamente. Bueno, algo así.

No obstante el paseíllo más espectacular ha sido el de Oriol Pujol, con su cuadrilla rodeándole, a modo de guardaespaldas de la mafia. Cerca de doce horas declarando. Salió y dijo lo que tenía aprendido, que actuó por el bien del país. En Catalunya, aquel oasis de ficción del pujolismo, la corrupción está instaurada en todo el entramado partidista de una manera brutal. Señalar que la esposa de Urdangarin trabaja (sic) en La Caixa. Pero no se desmaya nadie. De momento.