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Los viejos cowboys cabalgan de nuevo en las librerías

De ser un género casi ignorado y reivindicado, en el mejor de los casos, como paradigma de la narrativa pulp, el western literario vive una suerte de rehabilitación semejante, en recorrido, a la de la novela negra. Son varias las editoriales que actualmente se ocupan de su dignificación.
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Jaime IGLESIAS

Es un lugar común afirmar que el western es el género cinematográfico por excelencia. Las posibilidades visuales que ofrecen los escenarios naturales en los que se desarrollan estas historias de cara a encuadrar los conflictos íntimos de sus protagonistas, marcan la pauta de la narración puramente audiovisual. Quizá por ello nos cueste asumir que muchos de los grandes westerns de la historia del cine tienen un germen literario y, sin embargo, así es. La editorial Valdemar acaba de publicar Centauros del desierto de Alan LeMay, el cuarto título dentro de su colección «Frontera» que, desde que arrancó, hace un año y medio, viene ofreciendo, en cuidadas ediciones, algunos de los títulos paradigmáticos del género. «Para muchos aficionados al western la vertiente literaria de este género no existía. Se quedaban perplejos cuando les decía que un 60% de las grandes películas del Far West que les gustan tienen una base literaria y que quería hacer una colección seria de literatura del Oeste», comenta Alfredo Lara, director de la colección «Frontera».

Para el editor, este esfuerzo por poner en valor un género tan denostado corresponde a la firme creencia de que «el western tiene tantas obras maestras, buenas novelas o basura como cualquier otro género literario», percepción que también comparte el escritor e historiador del cine Carlos Aguilar: «la literatura del Oeste puede ser tan válida artísticamente como cualquier otra, basta con que sea buena». «Para que el público pudiera ser ecuánime con esta literatura, era necesario que fuera presentada con la misma dignidad que se utiliza para poner a su alcance cualquier otro tipo de narrativa. Es decir: una buena presentación, buenas traducciones y una adecuada selección de títulos», comenta Alfredo Lara, apuntando algunos de los rasgos que caracterizan la colección que él dirige y, de paso, abriendo un debate sobre la dignificación de los contenidos a partir del formato pues, huelga decirlo, sobre la literatura del Oeste en el Estado español siempre ha pesado la percepción de ser una mercancía más propia de kioscos que de librerías: «Es un tipo de producto que no cuenta mucho en el gran mercado del libro, pues la literatura popular sin complejos está totalmente apartada o disfrazada en el canal habitual de las librerías, y eso es un error», comenta David González Romero, editor de Almuzara y director de la editorial Berenice.

Precisamente este sello andaluz acaba de editar dos novelas de Marcial Lafuente Estefanía, el gran destajista del western hispano: «un caso, singular, pues quizás sea el autor de mayor éxito de la literatura popular en el Estado español junto a Corín Tellado», precisa González Romero. Pese a su trascendencia y repercusión, muchos consideran que este corte de novelas, con las que se iniciaron en la lectura miles de ciudadanos, fue el que consumó el descrédito de la literatura del Oeste por estos lares, y no atendiendo precisamente a razones de calidad, ya que, tal y como expone Carlos Aguilar, «había autores como José Mallorquí (creador del celebérrimo personaje de «El coyote») que estaban llenos de valores, sobre todo en cuanto a creación de personajes y sentido del diálogo. También Francisco González Ledesma, que cuando más me interesa es cuando firmaba novelitas del Oeste como Silver Kane». El problema fue de índole industrial: «El éxito de estos autores y, en general, de toda la literatura western de bolsillo hizo que los editores españoles dejaran de traducir western americano. ¿Para qué, si Marcial podía fabricar una o dos novelas a la semana con menos costo?», comenta Alfredo Lara, para quien esta situación propició que «se perdiera la conexión literaria con la patria del género, que eran los Estados Unidos», algo que también obedeció, según su criterio, a razones ideológicas: «El antiamericanismo entre las élites intelectuales de oposición al franquismo hizo que todo lo relacionado con los Estados Unidos fuera mal visto en ciertos ambientes. De ahí la baja consideración cultural de la literatura del Oeste a partir de un determinado momento, digamos desde los años 60».

Porque en las décadas anteriores el western literario vivió una auténtica eclosión en el mercado hispano: «Tuvo sus mejores años en la época de la `Biblioteca Oro', o las ediciones de Juventud o `La novela Aventura' de Hymsa. Allí, con espectaculares portadas aparecían, en el formato típico del pulp ¯fue la época dorada del pulp español¯, novelas de Ernest Haycox, James Oliver Curwood, Zane Grey, Byron Mowery, Jackson Gregory, Peter B. Kyne... En aquellos momentos éramos casi sincrónicos con los grandes autores norteamericanos de literatura del Oeste», rememora Alfredo Lara. A todos los autores citados, más a algún otro, cabe atribuirles la paternidad del western literario. Por desgracia, la marginación editorial que ha vivido el género en las cuatro últimas décadas ha procurado que las siguientes generaciones de autores de cuentos y novelas del Oeste permanezcan, en su mayoría, inéditas entre nosotros. Sobre ellas puso el foco Valdemar en sus dos primeros números de la colección «Frontera», rescatando a escritores como Dorothy M. Johnson con Indian Country (volumen que incluye los cuentos en los que se basaron films como «El hombre que mató a Liberty Valance» o «Un hombre llamado caballo») o Vardis Fisher con su novela «El trampero», que sirvió de base a «Las aventuras de Jeremiah Johnson». A esa generación perteneció también el incombustible Louis L'Amour, de quien en los 80 se publicaron algunas obras en castellano y que «hasta la década de los 90 estuvo representado en el Top Ten de los libros más vendidos en EEUU», según Alfredo Lara.

De entre las siguientes generaciones de autores, Carlos Aguilar destaca a «Marvin H. Albert, que también cultivó mucho el thriller, y a Will Henry. No sabría decir si son los más influyentes, pero sí considero que merecen una reedición en condiciones». Coetáneos a ellos son Thomas Berger, de quien Valdemar ya había publicado «Pequeño gran hombre»; Oakley Hall, suyas son «Badlands» y «Warlock», editadas por Galaxia-Gutemberg; y Edward Abbey que, sin ser un escritor de westerns en un sentido estricto, supo reutilizar las claves canónicas del género y dotarlas de una clara inflexión contracultural en obras como «La banda del tenazas», editada por Berenice con ilustraciones de Robert Crumb. Porque más allá de la literatura del Oeste propiamente dicha, ha habido muchos escritores de prestigio que han flirteado, directa o indirectamente, con ella, como John Steinbeck, E.L. Doctorow; Howard Fast o Robert Graves.

La rehabilitación literaria que vive actualmente el género viene dada por el cine, según Alfredo Lara: «Desde `Bailando con lobos', pasando por `Sin Perdón' y luego con `Deadwood' y ahora con Tarantino, han caído muchos prejuicios respecto al western. De repente, algunos pensaron `algo tendrá el agua cuando la bendicen'». Existe, por lo tanto, un público potencial para este tipo de narrativa «y no solo desde la nostalgia -comenta David González Romero, de Almuzara-. Fíjate ahora en el salón del cómic de Barcelona: hay cierta estética que sigue funcionando. Es un género que da mucho de sí en tiempos de desafíos, como los actuales».

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