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ANÁLISIS | SITUACIÓN POSTELECTORAL EN VENEZUELA

El cronómetro en marcha para el primer presidente chavista

El ajustado triunfo de Nicolás Maduro abre un nuevo ciclo político en Venezuela. El chavismo comienza su fase de consolidación sin el difunto líder en un contexto de ofensiva derechista. Resolver algunos de los problemas pendientes es imprescindible para evitar la llegada al poder de Capriles y que se reviertan los logros de la revolución.

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Alberto PRADILLA

Soy el primer presidente chavista y obrero». Con esta declaración de intenciones, Nicolás Maduro fue investido el viernes como jefe de Estado venezolano. Superada la primera crisis postelectoral, con una ola de ataques derechistas que ya han dejado nueve muertos, llega el momento para que el sucesor de Hugo Chávez tome el mando. No es chavismo sin Chávez. En realidad, es ahora cuando el chavismo debe consagrarse como movimiento después de la muerte del líder bolivariano, que transformó la mentalidad del país caribeño y de toda América Latina. El intento de Henrique Capriles de poner en cuestión el sistema electoral y los resultados del domingo ha capitalizado el debate de la semana. Con la estrategia de la tensión todavía en marcha, el Ejecutivo de Maduro se enfrenta a la tarea de la gestión con muchos retos pendientes y una cuenta atrás que ya ha comenzado. Pocos dudan de que la derecha ha puesto el cronómetro con la vista puesta en 2016, cuando las leyes le permiten convocar un referéndum revocatorio y tumbar al presidente. Por eso, el Gabinete bolivariano se la juega. El escaso margen con el que obtuvo la victoria supone un indudable hándicap. Por eso, en el futuro más inmediato tendrá que resolver algunas de las tareas pendientes (eficiencia, inseguridad, dificultades económicas o corrupción) si no quiere que el desgaste termine por poner en riesgo los logros sociales obtenidos por la revolución. La paradoja es que está obligado a enfrentarse a esta difícil situación en uno de los momentos más frágiles. No obstante, también es cierto que los bolivarianos, históricamente, se han crecido ante las adversidades. Basta recordar el impulso experimentado por el proceso después del golpe de Estado de 2002. Ahora, sin Chávez, Maduro tiene la oportunidad de demostrarlo nuevamente.

«Estoy contento, pero no puedo estar satisfecho», señalaba, preocupado, un militante chavista durante el desfile cívico-militar que conmemoró el viernes la independencia. El acto sirvió también para exhibir el apoyo de las Fuerzas Armadas al presidente Maduro, pocas horas después de ser investido. El revocatorio, la posibilidad de que la derecha fuerce un referéndum dentro de tres años, era la gran obsesión de este activista. Ante la prensa, la Mesa de la Unidad Democrática sigue tensionando y con la vista puesta en la auditoría del Consejo Nacional Electoral (CNE). En la práctica sabe que el órgano rector validará los resultados ofrecidos hace siete días. Esto puede comprobarse hasta en la intesidad de sus movilizaciones. Es cierto que el viernes todavía se escuchaban cacerolas. Aunque mucho más dispersas y con menor intensidad. Superada la primera fase de la confrontación, todo apunta a que Capriles pasará a una ofensiva sostenida en el tiempo. Su liderazgo se ha visto reforzado pese a perder dos elecciones presidenciales consecutivas. Incluso ha logrado desviar las tensiones internas de una oposición venezolana acostumbrada a las luchas cainitas. Su gran triunfo: presentarse como fuerza emergente y con proyección pese a que los venezolanos volvieron a darle la espalda en las urnas. Lo ha logrado, además, eludiendo por el momento sus responsabilidades en la ola de ataques del lunes y que, según fuentes oficiales, ya se han cobrado nueve víctimas. Habrá que ver si, como ha reiterado, insta a sus fieles a quedarse en casa o permite que prosiga la ofensiva. El hecho de que el viernes, tras el desfile, varios asistentes cambiasen su camiseta roja para evitar ser identificados como chavistas evidencia que el riesgo es real. Esto ha provocado que se escuchen voces que abogan por la imputación de Capriles y su mano derecha, Leopoldo López, por instigar a la violencia.

El último triunfo de Chávez. El futuro, no obstante, está en manos del chavismo. Y su primer reto constiste en realizar una lectura profunda sobre qué llevó al trasvase de votos. Estas fueron las últimas elecciones que ganó Hugo Chávez. Muchos electores acudieron a las urnas como un último homenaje al comandante. Sin embargo, incluso en este contexto, cerca de 600.000 venezolanos cambiaron su papeleta. ¿Qué ha ocurrido en seis meses para que un porcentaje tan relevante pase de dar su apoyo al proceso revolucionario a sumarse a la derecha?

«La campaña tuvo fallos», indicaba a GARA el historiador Vladimir Acosta. Desde las organizaciones populares observaron un excesivo protagonismo de los artistas posicionados con el chavismo que relegó a los tradicionales sustentos de los bolivarianos. Obviamente, los problemas persistentes como la inseguridad, la pérdida de poder adquisitivo, la escasez o la corrupción suponen el verdadero lastre. A esto se le añade las dificultades para llegar a la juventud. Los 14 años de transformaciones sociales han dado paso a las primeras generaciones que han vivido en revolución. Es decir, que no conocieron la IV República, por lo que «no pueden hacer un análisis respecto al régimen anterior y sí mirando hacia su día a día», tal y como indica el dirigente estudiantil Alexander Marín.

Buena parte de esta fuga sufragios llega de barrios populares. Por eso, no se puede pasar por alto que la derecha, con su cambio de retórica y su promesa de conservar los programas de justicia social, logró penetrar en caladeros donde el chavismo mantuvo hasta ahora su hegemonía. También los núcleos urbanos se han resentido. La candidatura de la MUD ha conse- guido imponerse en las principales capitales del país. Y eso, a escasos meses de las elecciones municipales.

Uno de los elementos relevantes es que Capriles ha obtenido sus mejores resultados prometiendo un plan político que no tiene nada que ver con lo que tradicionalmente ha defendido. Su retórico acercamiento al imaginario chavista, reivindicando la figura de Simón Bolívar o utilizando distintivos ligados a los bolivarianos eviden- cian hasta qué punto ha cambiado la mentalidad en Venezuela. ¿Puede darse la paradoja de que quien garantizó los derechos sociales termine derrotado por los votos de quienes se beneficiaron de ellos? Una vez que la vivienda, la educación o la sanidad se consolidan, las demandas de la población miran hacia otro lado. La democracia es uno de los grandes logros del chavismo. Pero, como señala Acosta, esto obliga a «ganar siempre» para evitar que lleguen al poder quienes pretender revertir los logros sociales.

«Que Maduro sea Maduro». Es imprescindible reconocer que el papel de Nicolás Maduro era difícil. «No soy Chávez, nunca imaginé estar aquí», ha reiterado. Todas las miradas estaban puestas sobre él y la sobreexposición ha implicado una continua comparación con el líder bolivariano. Ahora, ya con la banda presidencial, quizás sea momento de que, como en la serie «El Ala Oeste de la Casa Blanca», los venezolanos decidan «dejar que Maduro sea Maduro». Ahora tendrá que marcar las líneas de su gestión, con un liderazgo más colectivo.

El discurso del viernes sentó las primeras bases de la nueva etapa. Comenzó sin fuerza pero terminó con un gran contenido político. Prometió la «revolución dentro de la revolución», insistió en la construcción del socialismo y en la profundización democrática. Claro, que esto implica también resolver problemas concretos, que son pre- cisamente los que han reducido sus apoyos. «Se está empezando a ganar el liderazgo», indicaba Vladimir Acosta. Su primera decisión, decretar el sistema eléctrico como servicio de seguridad nacional, busca acabar con una de las grandes procupaciones en el interior de Venezuela: los cortes de luz.

Durante los últimos días se ha escuchado mucho la expresión «profundizar en la revolución». Ahí aparece la extensión de los programas de vivienda, educación y sanidad. Pero también la modificación del sistema productivo. Venezuela sigue dependiendo completamente del petróleo, lo que le convierte en un país importador. Tampoco se puede obviar los casos de corrupción que deterioran la imagen de la Administración. Ni, por supuesto, el problema de la inseguridad. Obviamente, existen unas causas sociales que no se atajan en dos días. Ni siquiera en 14 años. El Gobierno bolivariano ha puesto en marcha programas verdaderamente revolucionarios, que se recogen en la Gran Misión a Toda Vida y que abordan desde la prevención al desarme, pasando por la transformación radical de los cuerpos policiales, a quienes se instruye en derechos humanos.

Proyectos tan ambiciosos necesitan tiempo. Y, por desgracia, a Maduro le aprieta el cronómetro. Sin embargo, dispone de un programa y cuenta con el aval de la mayoría de la población, permanentemente movilizada y que mantiene el lema de «Chávez vive, la lucha sigue» como símbolo de un proceso vivo, en marcha y que afronta un nuevo ciclo decisivo.

visita al cuartel

La presidenta argentina, Cristina Fernández, visitó ayer el Cuartel de la Montaña, mausoleo donde se encuentran los restos de Hugo Chávez. Argentina ha sido uno de los avales de Venezuela ante Unasur, que dio el visto bueno a los resultados.

recuento

El líder de la MUD, Henrique Capriles, insistió ayer en exigir el recuento de todo el sistema de voto y presentó a su equipo de supervisores. Estaba previsto que el CNE se pronunciase posteriormente y diese más detalles sobre la auditoría.

gabinete

A última hora de ayer estaba previsto que Nicolás Maduro presentase a los miembros del nuevo Gabinete. Según anunció el viernes, todos los ministros pusieron su cargo a disposición del presidente para facilitar los nombramientos.

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