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Carlos GIL Analista cultural

Rango

Nos da por medir y pesar lo intangible. La Cultura, como el amor, es un sentimiento. A veces da calor, otras sonroja, en ocasiones lo palpamos, hasta hay quien asegura que hizo una vez un arroz con amor. Si pesa, se puede calificar, establecer categorías. Clasificar las mejores poesías del año, es como intentar bautizar los copos de nieve o pintar el aire con colores neutros. La estadística es la renuncia al libre albedrío.

Entonces, ¿por qué hablamos de profesionales y aficionados? ¿Quién es capaz de esbozar un catálogo de príncipes de las letras o de princesas del baile? Es más, pregunto a la asamblea, ¿hay teatro bueno y teatro malo? ¿Existen músicos regulares, mediocres, con oficio que nos satisfacen sin complejos? ¿Dónde colocamos el listón, en la formación adquirida o en el valor intrínseco? ¿Es un título en el ámbito artístico un aval o una coartada?

No hay tiempo para las respuestas, seguimos en la duda. La cultura debe ser algo vivo, que vaya de lo micro a lo macro con la misma fluidez que debe ir de lo que forma parte del arraigo y el orden académico, hasta lo que es indagación, búsqueda y desorden conceptual. Tanto aporta a la cultura un éxito como un fracaso. Por cierto, ¿quién da el certificado de éxito y fracaso?

Ese tomate que me como de la huerta de mi primo el profesor es un producto ¿aficionado o profesional? No lo pregunto, no entra en nuestro planteamiento, está rico, sabroso, incluso excelente. En todo el ámbito de la cultura de exhibición, deberíamos adoptar la misma postura, estar abiertos a lo que se nos ofrece, no a la parafernalia y los condicionantes de la propaganda. El rango que se adquiera por el valor real, no por el supuesto.

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