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Raimundo Fitero

De premio

La última entrega de «Salvados» es merecedora de todos los reconocimientos y premios. El primero lo tuvo de la audiencia, que lo premió con un dieciséis por ciento, que es mucho, que significa que existen muchos ciudadanos pendientes de sus denuncias, de sus investigaciones, de su periodismo real, auténtico, sencillo, de alcance, que indaga en asuntos de interés general. Pero en la entrega llamada «Olvidados», emitida el pasado domingo, tenía una carga de incidencia social y política que escapa a cualquier consideración rutinaria. Y si la estructura narrativa, las personas a las que se acercó para irnos contando qué sucedió con aquel fatídico accidente de metro en Valencia un día de julio de 2006, los reflejos y la oportunidad lo convirtieron en un alegato, en un documento de un valor infinito.

La secuencia en la que el propio Jordi Évole se da cuenta que dos de los afectados le han contado una cosa terrible, que el que fue Director de la Policía con Aznar, y uno de los que están metidos en todos los follones de la Generalitat Valenciana, Juan Cotino, había ido a los pocos días de la tragedia casa por casa de los afectados, dejando su tarjeta y su teléfono para que le llamasen por si necesitaban trabajo, en ese momento, les pidió el número, llamó al tal Cotino, no contestó; al instante devolvió la llamada, dijo que era él, pero al identificarse Évole se hizo pasar por su hermano. En vivo. No acabó ahí, sino que se celebraba esos día una feria del vino y allí estaba Juan Cotino, y allí fue Évole a hacerle preguntas, y son los minutos televisivos más duros, más explícitos, más demoledores para dejar claro el cinismo de un miembro de esa banda organizada, PP.

Este fue el colofón, pero lo central, es que organizaron las autoridades valencianas todo un complot para hacer olvidar esa tragedia evitable. Cuarenta y tres muertos y cuarenta y siete heridos, el mayor accidente de Metro en el Estado español, el tercero en Europa, y se tapó a base de trampas, dinero y mentiras. La corrupción moral. Y Évole lo ha puesto en nuestras pantallas de la manera más nítida. Para que lo entendamos todos. Por eso odian tanto a Évole. Ojo que van a por él.

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