Aimagen y semejanza de los forofos madridistas que apelaban al «espíritu de Juanito» para pasar la eliminatoria de semifinales de Champions frente al Borussia Dortmund -y que de poco les sirvió-, el lehendakari, Iñigo Urkullu, apeló al «espíritu de Bermeo» para sacar adelante sus presupuestos -una operación que terminó en fracaso-, el mismo día que ofreció un «pacto de país» y de estabilidad al PSE y al PP que excluía expresamente a EH Bildu - y que, ironías de la vida, gobierna el Ayuntamiento de Bermeo-. Intentó así aprovechar el momento que vivía un pueblo con su corazón estremecido por la devastación producida por el fuego, que trataba de dar respuesta a los más necesitados, de organizar la ayuda, de atender a las personas que lo habían perdido casi todo, para provecho de su propio cálculo y para ensalzar su propia figura. Intentar hacer de Bermeo «su» símbolo fue un ejercicio oportunista de mal gusto que no pasó desapercibido.

Como no debe pasar el hecho de que ayer, durante diez horas, y organizado por los moteros del país y apoyado por hosteleros y músicos locales, Bermeo fuera testigo del verdadero sentido de la solidaridad. El de una comunidad autoorganizada que en auzolan arropó a los damnificados. Por encima de siglas y de cualquier intento de patrimonializarlo, el pueblo respondió fantásticamente. Así fue, como debe ser.