El siete veces primer ministro italiano y veinte veces ministro Giulio Andreotti murió ayer a los 94 años de edad después de haber protagonizado buena parte de la vida política italiana desde hace más de 60 años. Andreotti estuvo presente en todos los parlamentos italianos desde 1945, incluida la Asamblea Constituyente establecida al término de la Segunda Guerra Mundial. Desde 1991 era senador vitalicio.

Se ganó el apodo de «El Inoxidable» por su longevidad política y era conocido también como Belcebú, Il Divo o el Richelieu italiano por su gusto por el secreto y su espíritu retorcido. Era considerado el símbolo del poder democratacristiano y uno de sus líderes más influyentes y representaba lo mejor y lo peor de Italia, por su hablar culto y divertido, su cinismo y su habilidad de viejo zorro de la política.

Andreotti, que nunca logró acceder a la Presidencia, se salvó de todos los escándalos en los que estuvo implicado, desde los contratos en el sector del petróleo de los 60, hasta el secuestro y muerte de Aldo Moro en 1978 -se negó a negociar con las Brigadas Rojas- y la acusación de complicidad con la Cosa Nostra en los 90. Los peores momentos de su vida los sufrió con los procesos que enfrentó abandonado por todos por su supuesta implicación con la mafia y acusado de ordenar matar al periodista Mino Pecorelli en 1979. Las dudas siguieron planeando sobre él pese a su absolución.

«Un gran estadista, (pero) del Vaticano», lo definió el fallecido expresidente Francesco Cossiga, rival y correligionario.