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Josu MONTERO Escritor y crítico

Soles

La gran literatura del siglo XX es en gran medida desoladora, desesperanzadora, reflejo del sinsentido que los escritores han encontrado en las sombrías calles de su tiempo. Por eso seguramente los lectores de hoy prefieren libros más amables, sonrientes y digeribles. Mas es necesario precisar un par de cosas, y a ello nos ayudarán dos de los más abisales creadores del siglo pasado: Camus y Beckett. «Una literatura desesperada es una contradicción en sus términos», escribió Camus. Explica que si la desesperación habla, razona, si -sobre todo- escribe, inmediatamente ahí brota un sentido. «En lo más negro de nuestro nihilismo, he buscado las razones para superar ese nihilismo. En el centro de nuestra obra, aunque sea negra, luce un sol inagotable». Escribe estas palabras en «El verano»; y acaba: «Hemos aprendido que hay una luz a nuestra espalda, que necesitamos darnos la vuelta, rompiendo nuestras ataduras, para mirarla de frente, y que nuestra tarea antes de morir es buscar a través de todas las palabras el modo de nombrarla».

Pero como bien sabía Beckett, el lenguaje fracasa siempre, y sin embargo hay que fracasar de nuevo, fracasar mejor. Es preciso seguir diciendo, y convertir así las palabras en símbolos de nuestra fragilidad, en raíces indestructibles. Aun cuando nos hallemos en el filo, dar un paso más. Solo en esa osadía, en ese reto rebelde, en ese comerle terreno a la nada, nace lo verdaderamente humano. Cuenta Cioran que se encontró un día con Beckett, y ante el proverbial mutismo de éste, se lanzó a hablarle de su profundo abatimiento y de cómo hasta escribir se había convertido en un suplicio. Preocupado entonces Beckett por su amigo, le musitó algo sobre las palabras y la alegría. Beckett le habló de la alegría que germina en las palabras más oscuras.