EL PROBLEMA DE LA INSEGURIDAD EN VENEZUELA
Exdelincuentes como aliados para un desarme
Tres jóvenes del barrio de Petare, una de las parroquias más conflictivas y con mayor índice de criminalidad de Caracas, relatan su abandono de la violencia. Manuel, Fernando y Luis empuñaron un arma antes de cumplir la mayoría de edad. Como ellos mismos relatan, robaron y secuestraron. Y ahora han decidido dejar esa vida atrás. Forman parte de un programa piloto del Gobierno venezolano, que trata de hacer frente a una de sus problemáticas más urgentes.
Alberto PRADILLA
Vasco, vente `pa Petare!» La invitación, a voz en grito, llega desde un grupo de motorizados que se dirigen, rugiendo, hacia el paseo de Los Próceres, donde está previsto un desfile militar para conmemorar la independencia venezolana. Entre ellos, Manuel Mosquera, de 29 años; Fernando «Nano», también de 29 y Luis Blanco, que ya ha sobrepasado la treintena. Todos ellos son originarios de Petare, barrio popular del este de Caracas y uno de los más castigados por los altos índices de criminalidad que azotan al país caribeño. Paradójicamente, la parroquia se ubica en el Estado Miranda, gobernado por el excandidato opositor, Henrique Capriles, que utiliza la violencia como arma arrojadiza contra el Gobierno bolivariano. Mosquera, «Nano» o Blanco comparten mucha historia. Todos ellos empuñaron un arma en algún momento de su vida. Casi hasta antesdeayer. Los tres se conocieron en la calle, ese lugar donde, como dijo Eduardo Galeano, la vida de «los nadie» vale menos que la bala que los mata. Ahora, también juntos, intentan dejar atrás ese pasado. Comparten una camiseta: «Con paso firme y seguro, el hampa cambia con Nicolás Maduro». Una «franela» que el propio presidente ha llegado a exhibir en televisión. Los tres, con otros jóvenes, participan en un programa que busca desmovilizar a los «malandros» (término con el que se denomina a los delincuentes) y poner solución a la primera preocupación de los venezolanos. La solución policial solo provoca más violecia. Así que nadie mejor que ellos, que conocieron las miserias y la sicología del robo, el tráfico o los secuestros, para convencer a otros de la necesidad de dejar el «hierro» y colaborar en poner freno a la sangría. No en vano, los jóvenes varones procedentes de barriadas populares son las principales víctimas de las armas. Quienes aprietan el gatillo. También, los que reciben el balazo.
«No encontré un camino y he pasado mi juventud robando, secuestrando y asesinando». Manuel Mosquera habla con voz pausada. Con 18 años compró su primera pistola. Todo cambió. Ahí comenzaron las primeras «balaceras». Los conflictos entre pandillas. Y los atracos, que se convertirían en su principal sustento durante una década. Eso sí, no por la calle ni a los vecinos. «Si me meto en un problema, lo hago a lo grande», asegura. Su historia es compartida por una legión de jóvenes de barrio cuya vida termina girando en torno al arma que empuñan. Como «Nano». «Estás con tu pipa, vendiendo droga en una esquina, y eres el `pran' (líder, en la jerga callejera). Lo ves como una moda». El poder de apuntar con una pistola se define por su frase: «Si me miras mal, te disparo». Una sentencia rotunda, que evidencia el alcance del drama. «Antes de atracar, te mentalizabas de que lo estabas haciendo para conseguir un lujo», afirma. Para no caer en la estigmatización de estos jóvenes, existe otro elemento que suele pasarse por alto: las desigualdades y la miseria. Lo explica Luis Blanco. «Tenía 14 años y pocos recursos. Mi padre no podía mantenerme. Así que trabajaba, hasta que adquirí la primera pistola». Desde entonces, llegó otro modo de buscarse la vida. También el paso por un reformatorio, los atracos en una moto y la cárcel.
«He perdido demasiados amigos»
«Tengo mujer y un hijo. No quiero sentirme todo el día perseguido, que nadie me esté buscando». Mosquera rememora el momento en el que decidió que debía dejar el hampa atrás. No más miedo, ni huidas nocturnas. No más muertos. «He perdido amigos. Muchos. Demasiados. No quiero que esto siga así», añade «Nano», que tiene seis hijos de cuatro relaciones diferentes. Aunque hablar de cambio, de colgar las armas sin más, puede servir para escurrir el bulto, pero no para afrontar la realidad. Lo saben ellos y también los responsables del Gobierno. Pablo Fernández, secretario técnico de la comisión de desarme, asume que hay que incentivar y dar respuesta a problemas amplios.
«Para nuestra sorpesa, los muchachos piden poder terminar de estudiar, un trabajo digno y poder salir del ambiente», indica este activista de derechos humanos que dirige una de las ramas del plan Misión a Toda Vida. Los tres lo confirman. En el fondo, se trata de una segunda oportunidad. La hostilidad no está solo en el metal de una pistola y las dificultades son inmensas. La Policía es la primera de ellas. Agentes corruptos que les hostigan. También, antiguos enemigos. Y el abismo sicológico que se abre ante el futuro. Al menos, se sienten acompañados. «Siempre nos han rechazado. Estamos señalados. Ahora la revolución nos apoya y nosotros queremos contribuir», indica «Nano». Como primer paso, recorren los barrios tratando de convencer a otros para dar el paso. Los primeros logros ya están en marcha.
El Gobierno de Nicolás Maduro ha puesto la inseguridad como una de sus prioridades a solucionar. Además, de la Misión a Toda Vida, que trata de abordar las causas y consecuencias de la violencia, ha anunciado el despliegue de las Fuerzas Armadas Nacionales Bolivarianas en distintos puntos de Caracas para colaborar en garantizar la paz. En concreto, en Petare y Baruta, estado Miranda (este de la capital), y en los municipios El Valle y Antímano (oeste). Según anunció el jefe del Estado, los uniformados tendrán dos misiones: una, trabajar dentro de las comunidades populares y barrios «con la participación del pueblo organizado», y la segunda, la aplicación de la autoridad. A. PRADILLA
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ejes de actuación. La Gran Misión a Toda Vida, que aborda la inseguridad, se basa en la prevención, la transformación de los cuerpos policiales, la reforma de la judicatura, el cambio en los centros penitenciarios, la atención a las víctimas y la socialización y construcción del conocimiento.
300.000
armas destruidas. En los últimos nueve años, el Gobierno venezolano ha decomisado y procedido a la destrucción de 320.000 armas de fuego. Un programa que sigue en marcha.
16.000
homicidios es la cifra oficial ofrecida por el Ejecutivo de Caracas en relación a 2012. Según estos datos, el número de muertes violentas se incrementaron en un 12% respecto al año anterior.