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Iker Bizkarguenaga | Periodista

El Estado se basta

Cuando hace unos cuatro años la izquierda abertzale emprendió el debate que desembocó en el documento «Zutik Euskal Herria», el Estado español decidió dar a cada paso en favor de un escenario resolutivo una respuesta en clave represiva. Empezando por la detención de los promotores de ese debate, en otoño de 2009.

De esta forma, a las declaraciones de Altsasu, Iruñea o al acuerdo «Lortu Arte», la otra parte les dio réplica con redadas contra Segi, Ekin y Askapena, en algunos casos con fuertes denuncias de torturas. Del mismo modo, a los anuncios de alto el fuego de ETA -setiembre de 2010 y enero de 2011- les sucedieron operaciones policiales y detenciones, también con testimonios de tortura. La actitud saboteadora era tan evidente que empezó a fraguar un indisimulado sentimiento de enfado y hastío en la sociedad vasca.

La no legalización de Sortu y, sobre todo, la ilegalización en primera instancia de Bildu, fueron la gota que que estuvo a punto de colmar el vaso. Todos recordamos la tarde-noche del 5 de mayo en el Arenal de Bilbo -gure Tahrir plaza- y el estado de ánimo que había allí. Muchas veces me he preguntado qué hubiera pasado si el Constitucional hubiera ratificado el veto a la coalición soberanista.

No ocurrió, y el 21M un tsunami arrasó en las urnas y barrió el crédito de quienes auguraban que Bildu obtendría «buenos resultados pero inferiores a los de Euskal Herritarrok». Analistas a los que les hubiera bastado pasearse por los pueblos y calles de este país para saber la que se preparaba y no hacer el ridículo.

Creo que aquellos comicios fueron una válvula de escape para tanta rabia contenida. Luego las aguas volvieron más o menos a su cauce, aunque ese cauce ya no era el mismo.

En los últimos meses está ocurriendo algo parecido. Al anuncio de cese de ETA o a los pasos que ha dado la izquierda abertzale, por ejemplo en ámbitos como el de (todas) las víctimas, se le está respondiendo con palos, no en las ruedas sino en el lomo. Y el cabreo vuelve a alcanzar cotas insospechadas. Ahora no hay elecciones a la vista y no sé por dónde escapará la tensión acumulada. Experiencias como Aske Gunea y el muro popular pueden dar una pista.

Desde luego, si a la sociedad vasca le cuesta mantener una dinámica de movilización sostenida en el tiempo, el Estado ya se apañará, él solito, para lograr que en un par de arreones este pueblo lo mande a paseo.

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