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Dos visiones y un prejuicio

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Dabid LAZKANOITURBURU | Periodista

Son dos las visiones predominantes ante el fenómeno de las potencias emergentes.

La primera, mezcla de sorpresa y resquemor por el éxito ajeno -que contrasta con el propio declive- niega que muchos de esos países estén a la altura del modelo occidental (el manido argumento del autoritarismo innato de Oriente) y pone el acento en las innegables contradicciones en su desarrollo político y socioeconómico.

Desde una posición antitética, nostálgica de épocas pasadas en las que EEUU tenía un rival (URSS) y ansiosa por descubrir una alternativa al discurso único, hay quienes, cegados por el contrapeso que suponen la China del PCCh y a la Rusia de Putin frente a los diktats occidentales, los presentan como contramodelos acríticos. Cuando muchas veces estos países no hacen sino copiar, en ocasiones hasta el exceso, lo peor de Occidente.

Ambas visiones, cada una con sus prejuicios, han quedado patentes con motivo de la reciente cumbre de los BRICS en África y su anuncio de que creará un banco mundial alternativo para financiar el desarrollo de los países empobrecidos.

La occidental, lastrada sin duda por un pecado original, les acusa de actuar con el mismo ánimo esquilmador que guió a las potencias colonizadoras europeas. Pero desconoce la especial complicidad, nacida de un pasado común, entre las potencias emergentes y los países en desarrollo, de los que siguen formando parte.

La antioccidental presenta a los BRICS como «hermanas de la caridad» sin intereses propios y divergentes respecto a sus aliados emergentes. Cuando si algo destaca al analizar las potencias emergentes es la diversidad de sus orígenes y experiencias y objetivos. Esa es su debilidad. Y a la vez es su fortaleza.

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