Fiestas de celuloide: los peligros de una ronda más
El estreno inminente de «R3sacón» –tercera entrega de la trilogía dirigida por Todd Phillips y protagonizada por Bradley Cooper, Ed Helms y Zach Galifianakis– nos sirve de excusa perfecta para adentrarnos en la vorágine festiva que, de muy diversas formas, ha cobrado forma caótica en la gran pantalla. Desde el alocado Hollywood de los años 20, a las sempiternas fiestas estudiantiles, el cine ha pretendido mostrar el lado oculto de nuestros anhelos más temibles y explosivos.
Koldo Landaluze | Donostia
Siempre cercanos pero, al mismo tiempo ajenos y asumiendo nuestro rol de testigos silentes, hemos sido partícipes de las más singulares y apoteósicas fiestas de celuloide. A lo largo de la historia del cine, hemos tenido la oportunidad de acudir a celebraciones de muy diferentes calados y gracias a ellas hemos descubierto la otra cara que siempre intuimos detrás del glamour. En este sentido, resulta obligatorio comenzar este viaje a través del lado lúdico representado en la gran pantalla con la película que recreó una de las fiestas más colosales y temibles que se recuerdan en aquel Hollywood babilónico de los años 20, la que organizó la por entonces cotizada estrella del cine mudo Fatty Arbuckle en el lujoso hotel St. Francis.
El 5 de setiembre de 1921, Arbuckle alquiló varias de las fastuosas suites de este hotel con intención de festejar a lo grande la firma de un contrato millonario. Ya en la sobremesa, la fiesta había alcanzado su gran apogeo. Aquello era “territorio libre” de Fatty, con gente entrando y saliendo , el grupo excediendo ya el número de cincuenta invitados y el anfitrión ebrio y tan risueño como en sus inocentes filmes. Espoleados por el alcohol, los invitados comenzaron a dar rienda suelta a su instinto más primitivo y fruto de esta orgía etílica fue la macabra escena escenificada en la suite número 1221. El escándalo se desató cuando un grupo de jóvenes vio a una de sus amigas moribunda y con sus ropas destrozadas. Arbuckle, el héroe de los niños, había violado de manera brutal a esta joven que moriría a consecuencia de las graves lesiones que le ocasionó la estrella de Hollywood en un arrebato de furia y frustración.
En el año 1975, James Ivory dirigió una sobresaliente película protagonizada por James Coco y Raquel Welch titulada “Fiesta salvaje” en la que se recrearon los trágicos sucesos que se escenificaron en el Hotel St. Francis y que dinamitaron para siempre la meteórica carrera de Fatty Arbuckle.
Años atrás, en el 57, el cineasta Henry King se había basado en la novela de Ernest Hemingway “Fiesta” para escenificar las tempestuosas peripecias de un grupo humano marcado emocionalmente y atrapado en la vorágine festiva de los sanfermines de Iruñea. Los protagonistas de este filme –Ava Gardner, Errol Flynn, Mel Ferrer y Tyrone Power–, se conjuraron a la hora de prolongar en la vida real los desfases etílicos que interpretaron ante las cámaras y en un constante pasacalles de alcohol y desencanto acorde con su eclipsamiento estelar.
En este breve paseo por las fiestas clásicas, sería injusto no recordar aquella que disfrutamos en la playa de “Picnic” (1955) de Joshua Logan, con una pareja única: William Holden y la siempre hipnótica Kim Novak.
La eterna fiesta romana
Pero si hay una película donde la fiesta se transforma en un espacio de goce para los personajes, donde la vida transcurre en continua ociosidad es, sin duda alguna, “La Dolce Vita”, la mítica película de Federico Fellini, rodada en 1960 y en la que Roma adquiere una especial relevancia y se transforma en un personaje más, como si la ciudad eterna viviese la vorágine del cine en sus propias piedras y pese a la mirada atenta de las estatuas, siempre caprichosas y envidiosas de aquella Anita Ekberg que permanecerá por los siglos en mitad de la no menos eterna Fontana di Trevi.
La importancia de las fiestas se hace fundamental en “La Dolce Vita” porque reflejan el mundo del ocio de esos seres decadentes que ya no representan más que el vacío existencial de una clase alta, sin esperanzas y sin futuro. La película nos remonta a la fiesta en casa de Steiner, donde vemos a Marcello Mastroianni y su acompañante, se muestran como seres que envidian la opulencia de esa vida, pero que intuyen vacía. La prueba está en la conversación de Steiner con Marcello donde aquél le confiesa a este último su decepción ante la vida, harto de la vida aburrida y opulenta en la que vive, donde todo está previsto. La fiesta es un claro retrato de un mundo mecanizado, seres que han hecho de la rutina del ocio un modus vivendi, aparecen ruidos, escenas rápidas que enfocan a los rostros de los invitados, música estruendosa.
La segunda fiesta que da sentido a la película es la que celebra Sylvia (Anita Ekberg), donde podemos ver el triunfo de la diosa, de la mujer que todo lo puede, se celebra en un entorno cavernoso, poco iluminado. Marcello aparece también, como médium, el Caronte que lleva en su mirada la barca en este descenso a los infiernos de Roma y de sus habitantes privilegiados, distantes de la miseria de muchos barrios de la ciudad.
Un hindú en la mesa
Llegados este punto en el que no sabemos realmente si lo que consideramos como fiesta no es más que un espejo de nuestras propias miserias, resulta obligatorio dar un giro a nuestra ruta y recuperar, cuanto antes, el aspecto lúdico y desenfadado que se intuye en toda buena fiesta que se precie de serlo. Para tal fin, nada mejor que acudir en compañía de Peter Sellers y pasar sin ser invitados a “El Guateque” que se celebra en la lujosa mansión de un productor de cine que debe superar la costosa catástrofe económica que provocó involuntariamente el propio Sellers durante el rodaje de una película.
Dirigida por el gran Blake Edwards, el autor de películas como “La Pantera Rosa” no sólo demostró su pericia a la hora de dar forma al caos generalizado que protagoniza el temible actor hindú al que presta su inmutable rostro Peter Sellers, sino su sapiencia a la hora de recrear todo lo que conlleva una buena juerga tal y como lo demostraría años más tarde en “Cita a ciegas”(1987), una comedia en la que Kim Basinger y Bruce Willis recrean una impagable escena de resaca compartida y agonizante en una cama que se descompone progresivamente.
Que la fiesta continúe
Durante el comienzo del curso de 1962 en la universidad Farber, los novatos Larry y Kent acuden a las fiestas de bienvenida de las diferentes fraternidades del campus que buscan reclutar nuevos miembros. El hermano de Kent estuvo en Delta House, la de peor fama por sus excesos. Lo que nadie sabe es que el decano la tiene bajo un doble expediente secreto que puede suponer su desaparición. Este es el detonante de la explosiva “Desmadre a la americana”, un filme que inspiraría una larga lista de filmes que, con mayor o menor fortuna, todavía hoy recrean las consecuencias inimaginables que derivan de una fiesta orquestada por universitarios.
Dirigida por el maestro John Landis en el año 78, esta propuesta definió el subgénero de comedias de estudiantes ampliamente explotado desde la década de los ochenta hasta la actualidad. Entre sus intérpretes figura el tristemente desaparecido John Belushi, Donald Sutherland y unos por entonces desconocidos Tom Hulce y Kevin Bacon.
Antes de llegar a nuestro punto de destino, nada mejor que acercanos a esa singular e incompresible ciudad de neón llamada Las Vegas. En este paisaje lumínico y rodeado de arenas que ocultan más de un secreto enterrado, se dan cita la más peculiar troupe de amigos siempre dispuestos a exprimir la noche al máximo. En este escenario hemos disfrutado con las dramáticas jornadas nocturnas que, por ejemplo, padeció la cuadrilla de amigos liderada por Christian Slater en “Very Bad Thing”, una comedia muy negra dirigida por Peter Berg en el año 98 y en la que Cameron Diaz volvió a demostrar lo bien que le sienta su lado más gamberro.
Las Vegas también ha sido punto de encuentro para la no menos peculiar cuadrilla de amigos que conforman los roles protagonistas de “Resacón en Las Vegas” (2009), una comedia vibrante y telúrica filmada por Todd Phillips cuyo éxito ha propiciado dos entregas más, la que se rodó dos años más tarde -”Resacón 2, ¡ahora en Tailandia”- y la que visionaremos en breve bajo el título de “R3sacon”. En esta oportunidad, la troupe protagonista retornará a Las Vegas para repetir los mismos errores que cometieron con anterioridad y volveremos a disfrutar con las escenas que protagoniza ese impagable personaje tan marciano que encarna magníficamente el actor Zach Galifianakis, esta vez acompañado de una sufrida jirafa.