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CRíTICA: «Díaz, no limpiéis esta sangre»

La represión policial de las democracias occidentales

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Mikel INSAUSTI

Hasta ahora «La batalla de Seattle» era la película señera del movimiento antiglobalización, en la medida en que Stuart Townsend acertó a ficcionar los enfrentamientos entre policías y manifestantes ocurridos en la ciudad estadounidense en 1999. Aquel precedente histórico tuvo continuidad dos años después en Génova, y Daniele Vicari toma el relevo para recrear los graves incidentes que provocó la reunión del G8, contestada con una Contracumbre sobre la que la policía actuó con una violencia más propia en teoría de régimenes dictatoriales que de una democracia occidental.

Vicari se apoya en la fuerte tradición del cine social y político italiano militante, para hacer la denuncia definitiva de la represión policial bajo un gobierno formalmente democrático. No se ahorra detalle a la hora de plasmar en la pantalla la brutalidad de los carabinieri, que entraron a saco en la Escuela Díaz, causando 83 heridos, algunos muy graves, y 93 detenidos. El pretexto para semejante intervención fue la supuesta desarticulación del grupo radical Bloque Negro, aunque en el edificio asaltado por los antidisturbios solamente había periodistas y estudiantes extranjeros que allí pernoctaban. A pesar de que no opusieron resistencia alguna, los masacraron, prosiguiendo con los malos tratos y las torturas en los barracones a los que se trasladó a los arrestados de forma ilegal. Los jueces ampararon la operación antes, durante y después de la misma. Se llegaron a presentar como pruebas inculpatorias barrotes que pertenecían a unas obras que se estaban llevando a cabo en el lugar, además de otras falsas que fueron colocadas por la policía.

Vicari maneja la secuencia temporal de los hechos con gran precisión, simultaneando las acciones en paralelo desde los distintos puntos de vista de las fuerzas del orden, los manifestantes, las víctimas y los periodistas. También se sirve de imágenes reales que fueron grabadas por aficionados, perfectamente ensambladas en el montaje final. De esta manera se vive la tensión posterior al asesinato del joven Carlo Giuliani por los disparos de un agente.

 

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