Un cohete puede abrir o cerrar un ciclo, señalar un evento, describir un pensamiento, teñir una mirada o descubrir un olor. Con el primer cohete, haz las maletas y vete. Consejo de cómicos feriantes. Los cohetes de despedida se han incorporado a la dramaturgia del espectáculo, de la fiesta, de la rutina callejera. Pirotécnica, humor, liviandad, sorpresa reiterada. Ocupamos la calle para adornarla. No la reinventamos, ni la transformamos: la utilizamos. Es un pretexto, una estrategia de urgencias históricas.

Los espacios urbanos tienen una poética arquitectónica que refuerza la idea de encuentro. Son la alternativa de retroceso para establecer las nuevas viejas expectativas. En una campa el payaso distorsiona el paisaje con el color de su indumentaria. En un pasaje entre dos nadas, la bailarina aspira el silencio reverberando en sus músculos atentos. Las esquinas propician la paradoja de ese cómico que intenta describir el vuelo de una mosca rodeado de mosquitos soliviantados. La música de metal parece cuerda y la caja chisporrotea arpegios huecos. No gritar que duerme la imaginación.

Buscamos pretextos para confirmar nuestra duda. La calle es un mercado, un plató de televisión, un campo de batalla y un territorio para el arte que reverencie esa funcionalidad, que admita las circunstancias como material discursivo. Si se usa un cohete que sea para volar a la luna. Ahora necesitamos actos, miradas, cuerpos, músicas vivas, sensibilidad e identidad callejera vocacional, no necesidad y oportunidad. Más que nunca hay que regar las flores de temporada, entender la coyuntura con generosidad. Si todo se hace en la calle, nada es de calle.