Hace sesenta y cinco años, un día como ayer se formaba el Estado de Israel mediante la expulsión a punta de bayoneta de cientos de miles de palestinos a los que robaron sus tierras y sus posesiones, a los que despojaron de sus casas y de sus legítimos derechos nacionales. La connivencia internacional con los intereses de pocos y con la criminal represión de todo un pueblo dio paso a un Estado basado en la discriminación racial y la total indiferencia ante los derechos humanos de los palestinos. El sionista polaco y primer líder de Israel, David Ben Gurion, cuya obsesión fue que no se perdonara a ninguna aldea árabe, dijo en palabras arrogantes que «los viejos palestinos morirán y los jóvenes olvidarán lo ocurrido». Pero ni la memoria colectiva árabe, ni los miles de palestinos presos, ni los millones refugiados en las cuatro esquinas del mundo ni nadie con sentido de la justicia puede olvidar aquel genocidio. Como tampoco puede obviar el hecho de que a día de hoy los derechos de los palestinos siguen siendo pisoteados a golpe de bota militar ocupante o mediante las excavadoras que destruyen sus olivares y aldeas para las nuevas colonias de judíos.

Ayer, día de la «Nakba», la catástrofe palestina que continúa fue un recordatorio también de que su lucha, 65 años después, sigue vigente, de que no ha muerto ni ha sido olvidada.