Las chabolas de las que salieron los kamikazes de Casablanca siguen ahí
GARA | CASABLANCA
«Aquí no hay agua, no hay trabajo ni futuro», se lamenta Hamid, un habitante del extrarradio de Sidi Mumen en Casablanca, de donde provenían los 12 jóvenes kamikazes que perpetraron ayer hace diez años los atentados contra objetivos occidentales y judíos y que dejaron un saldo de 33 víctimas mortales.
La falta de perspectivas es total en este barrio de 400.000 habitantes en el corazón de la mayor ciudad de Marruecos.
«Queremos proyectos que creen empleo para los jóvenes a fin de que no tomen el mal camino», señala este padre de dos adolescentes que vive en una pequeña habitación con ocho miembros de su familia.
La zona de Rhama, al interior del barrio, es un conjunto de barracones con tejados de hojalata articulado en calles sin asfaltar y desprovisto de cualquier infraestructura.
«Esta zona está completamente excluida del mundo y la gente, dejada a la intemperie, es fácilmente captada por los extremistas», coincide Bubker Marzoz, presidente de un centro cultural del barrio. «La integración de los jóvenes a la sociedad es una urgencia».
En 2007, un atentado en un cibercafé de Sidi Mumen fue perpetrado por otro kamikaze procecente del barrio.
Promesas incumplidas
Desde entonces se han registrado más atentados, como los de Marrakech de 2011, pero los de Casablanca hicieron volar en pedazos la falsa imagen del reino como un país estable. Entonces hubo grandes promesas pero que se han quedado en nada. «El rey anunció que no quería ver a la gente viviendo en chozas. Estamos en 2013 y los barrios de chabolas están en expansión», señala Hassan, un militante asociativo en paro. «No eran más que palabras», lamenta.
Además, el barrio vive con el estigma de ser un «nido de terroristas». La Policía marroquí asegura haber desmantelado desde 2003 123 células islamistas armadas.