«La intervención francesa en Mali es un mal menor frente al yihadismo»
La resurrección de un viejo reflejo neocolonialista que utiliza como excusa el riesgo de que una antigua colonia acabe convirtiéndose en un Estado fallido o la restauración de la la integridad territorial. El dilema ante toda intervención extranjera ha resurgido con la operación francesa en Mali. Hay quien, como el experto congoleño Mbuyi Kabunda, afincado en Madrid, la ve como «un mal menor» ante el avance yihadista, aunque no como la solución a los problemas del país, cuya causa es, insiste, la extrema pobreza.
Mirari ISASI
Soy un panafricanista convencido de que somos nosotros los que tenemos que resolver nuestros problemas», asegura el congoleño Mbuyi Kabunda, director del Observatorio de la Realidad de África Subsahariana de la Universidad Autónoma de Madrid, pero «con la boca pequeña» y «excepcionalmente» justifica la intervención, en este caso francesa, en Mali, que califica de «mal menor». Lo cree porque ante el avance de los yihadistas enfrentados a Bamako «existía el peligro real de la instauración de un Estado islámico, teocrático, la peor de todas las dictaduras».
Kabunda, que recaló en Bilbo invitado por Bakea eta Duintasuna, ahonda en la justificación de la intervención extranjera recordando la guerra de su país, la República Democrática del Congo (RDC), que dura ya quince años y ha costado entre cinco y seis millones de muertos, y donde la situación no tiene visos de mejorar debido a sus importantes reservas de coltán. Sostiene que si hubiera habido una intervención militar extranjera se podría haber evitado ese terrible balance, y va más allá: «Si hubiera habido una intervención en Rwanda en 1994 no se hubiera producido un millón de muertos en tres meses, y si no la hubiera habido, Liberia y Sierra Leona serían ahora dos estados fallidos o no existirían». Rechaza, por el contrario, intervenciones «chapuceras, brutales y claramente neocolonialistas» como las de Chad, Costa de Marfil y Libia llevadas a cabo por Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy.
Pero es categórico cuando dice que «si nuestros gobiernos son incapaces de resolver los problemas o les echamos rápido o apoyamos una intervención extranjera para que quienes les apoyan y les mantienen en el poder vengan a resolver esos problemas». Por eso, al remontarse al origen del conflicto de Mali, Kabunda afirma que no es étnico sino funda- mentalmente agrario, «fomentado» también por el Estado francés y favorecido por la desertificación del norte del país, que en los años 80 y 90 destruyó cosechas y ganado y provocó hambrunas y el desplazamiento a Libia de muchos tuareg.
Contrapone la «sorprendente y precipitada retirada de las tropas francesas de Afganistán» tras un ataque a sus soldados con la «rápida intervención en Mali», para la que París se escudó en la «invitación» del presidente interino. Dioncounda Traoré, y para la que aseguró contar con el visto bueno de los países del África Occidental (CEDEAO) y el respaldo de la resolución 2.085 del Consejo de Seguridad de la ONU. Sus motivos declarados: preservar la integridad territorial de Mali y frenar el avance de los grupos armados yihadistas. Los no declarados: los intereses franceses en el oro de Mali y en el uranio de la frontera con Níger.
En cualquier caso, Kabunda asegura que Mali pagará la intervención francesa con la negociación, obligado por París, con los tuaregs laicos e independentistas del Movimiento Nacional de Liberación de Azawad (MNLA), cuya independencia proclamó unilateralmente, que así «conseguirá alguno de los objetivos que no ha logrado a través de la lucha armada». En Azawad, territorio rico en hidrocarburos y recursos naturales, los intereses tuareg chocan con los de la élite árabe que gobierna el norte de África y eso explicaría, dice Kabunda, por qué ninguno de esos estados apoyó la rebelión tuareg ni reconoció la independencia de Azawad, que desestabilizaría todos los países de la zona, ya que los tuareg habitan en el sur de Argelia, el sur de Libia, Mali y Níger.
Ni siquiera países como Sudáfrica o Angola criticaron la intervención, como sí hicieron en los casos de Costa de Marfil o Libia.
Pero si el MLNA con su rebelión buscaba la independencia de Azawad, los movimientos islamistas como Ansar Dine, Mujao o Al Qaeda del Magreb Islámico, con los que primero se alió y luego se enfrentó, pretendían controlar todo el territorio de Mali para crear un Estado islámico e instaurar la ley islámica (sharia). Ahora, el MLNA colabora con el Ejército de Mali y las fuerzas de intervención, francesas o africanas, en su batalla contra los islamistas.
Argelia y Libia
Volviendo la vista atrás, Kabunda incide en la influencia que la crisis de Argelia de la década de los 90, la guerra del Libia de 2011 y el «mal gobierno y las torpes estrategias del presidente Amadou Toumani Touré para aferrarse al poder» han tenido en este conflicto.
El golpe de Estado para impedir el acceso del FIS al poder tras su victoria en las urnas en Argelia provocó la financiación por parte de los fundamentalistas de Arabia Saudí y Qatar, aliados de Occidente, de organizaciones armadas islamistas y grupos salafistas que convirtieron el norte de Mali en su retaguardia.
A finales de esa misma década, muchos jóvenes tuareg de Azawad fueron empujados a alistarse en el Ejército de Muamar Gadafi, cuya caída motivó el traslado masivo e ilegal de armas a Mali. «Mientras Sarkozy y la OTAN destruían los arsenales de Gadafi, armaban de forma indirecta a los yihadistas que se enfrentaban al régimen; Al Qaeda aprovechaba para sacar armas a Mali, y tras la guerra los tuareg volvieron cargados de armas», subraya Kabunda, quien agrega que la intervención en Libia desestabilizó todo el Magreb y puso en riesgo todo el África Occidental.
Pero a la crisis de Argelia y la guerra de Libia se añadieron la gestión de Touré, quien tras dos mandatos puso todo tipo de impedimentos para que se celebraran elecciones, y el mal gobierno de las autoridades, que «implicaron al Ejército y al Ejecutivo en el tráfico de armas y de drogas y en actos criminales», lo que llevó al golpe de Estado de 21 de marzo «con apoyo de la sociedad civil».
Llegados a esta situación, recalca Kabunda que la reconciliación entre los grupos islamistas y étnicos y la superación de los viejos rencores es fundamental para la reconstrucción del país, que pasa por adoptar un nuevo modelo federal de Estado y eliminar las fuentes de financiación de los «terroristas». «Cincuenta años de Estado-nación han sido cincuenta años de fracaso. Se trata de reconocer el pluralismo étnico de la sociedad, nada más, y eso se resuelve mediante el federalismo. Que se encarguen ellos de gestionar sus recursos según sus valores y su cultura. Se trata de democracia social consensuada», concluye.
Aunque la prioridad, en Mali y en toda África, sigue siendo la adopción de medidas políticas, económicas y de seguridad para luchar contra la pobreza y por la paz, y ayudar al fortalecimiento del Estado, subraya.