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Antonio ÁLVAREZ-SOLÍS | Periodista

Carta a Urtza

 

Contemplé durante unos minutos tu grito cuando te arrebataban la libertad sobre el puente de Ondarroa. No era el grito de terror en la boca de Munch tras la violencia de la naturaleza. Era el grito desgarrado de quien se ve despojada de la libertad, que es lo que nos permite respirar. Un grito colérico ante la depredación moral. En un mismo acto pretendieron inútilmente privarte de las dos dimensiones fundamentales que nos hace humanos: la dignidad y el alma. Pero un poco más allá, unos vascos a los que, como escribió el poeta, «les duele hasta el aliento», acudían a tu dolor y se juraban a sí mismos no cejar hasta ver libre su patria.

¿Qué extraña locura posee a estos gobernantes que tras el silencio de las armas adversarias prolongan su insensata cacería? Vacíos de razón, ajenos a toda grandeza de ánimo, carentes de la más mínima prudencia, estos gobernantes siguen fabricando agravios a un pueblo que únicamente aspira a la posesión de su propio ser. Más tarde, cuando todo este cielo de sangre -como el de Munch- haya quedado atrás, las páginas de la historia  española añadirán un abultado capítulo más a eso que, con cinismo imborrable, denominan leyenda negra ¿Leyenda? Ahí está, con los ecos aún vivos de la opresión, el puente de Ondarroa ¿Negra? ¿Quién eligió el color sino los mismos que designan a su patria «madre de pueblos»?

Urtza, ya estás en la cárcel. Pero no estás sola, aunque el dolor y el olor que pueblan tu celda te pesen como la cadena del verdugo; estás con mucha gente que te ha elevado al horizonte del símbolo. Estás con Euskal Herria. No, esto no es retórica. Cierra los ojos y oirás tu propio grito llamando a la libertad. De monte en monte se expandirá su eco.

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