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Amparo LASHERAS | Periodista

Para que no nos maten de tristeza

Si quieres sal a la huelga, pero...». La frase se queda en suspenso y quien la escucha sabe que tras ella existe una amenaza y que le presionan con lo único que posee, su puesto de trabajo. Entonces llega el miedo y aparece el desanimo que acaba con la fuerza de la esperanza. «¿Otra huelga general? Y para qué... al día siguiente todo seguirá igual...». Sólo es una respuesta triste al miedo a perder lo que hoy todavía nos ayuda a vivir, pero se mete en el discurso de la calle y termina calando como si fuera un argumento razonable. El miedo, en el subconsciente colectivo, habría que subrayarlo en rojo, escribirlo en mayúsculas, convertirlo en un grito de advertencia urgente, porque detrás de él llega la derrota, la pasividad, la insolidaridad, el individualismo, y de forma inexorable, el sometimiento a la explotación que necesita el capitalismo. Los gobiernos llevan décadas cultivando el miedo en el carácter social de los pueblos. Primero nos convencieron de que era más rentable elegir la seguridad antes que la libertad y, ahora, cuando tanto se necesita articular acciones que frenen el retroceso social, nos quieren hacer creer que ejercer el derecho a la huelga resulta inútil y peligroso para el que tiene trabajo. El paro, el empobrecimiento paulatino de las familias, la desigualdad, la exclusión, la miseria que se construye en la corta distancia de lo que mañana será la vida, no se detendrán con el miedo a ejercer los derechos que otros ganaron luchando.

Necesitamos como sol de mayo la huelga general del día 30 y necesitamos que su sombra se alargue en una acción continua que empiece a escribir el fin de esta música neoliberal y fascista que lentamente nos mata de miedo y de tristeza.

 
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